jueves, 8 de abril de 2010

Hasta el próximo...

Soñé que asistía a mi propio entierro, a pie, caminando entre un grupo de amigos vestidos de luto solemne, pero con un ánimo de fiesta. Todos parecíamos dichosos de estar juntos...yo más que nadie, por aquella grata oportunidad que me daba la muerte para estar con mis amigos...Al final de la ceremonia, cuando empezaron a irse, yo intenté acompañarlos, pero uno de ellos me hizo ver con severidad terminante que para mi se había acabado la fiesta. «Eres el único que no puede irse», me dijo. Sólo entonces comprendí que morir es no estar nunca más con los amigos.
Gabriel García Márquez, del prólogo a Doce cuentos peregrinos

Bosra

13. BOSRA
La ciudad de Bosra, al sur de Damasco, ocupa el centro de una fértil llanura cerealera que le permitió ser capital de la provincia romana de Arabia, y se alza sobre una meseta de negras rocas basálticas que, empleadas en la construcción, confieren a sus monumentos un peculiar aspecto y han permitido que mantengan un buen estado de conservación. En 1980, su zona antigua fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Mencionada con el nombre de Busrana en las listas de ciudades del faraón Tutmosis III (siglo XIV a.C.) y en los archivos reales de Amenofis IV (Tell al-Amarna), fue una próspera ciudad, paso obligado de las caravanas que unían la península arábiga con el Egeo, que conoció la dominación nabatea desde el siglo II a.C. hasta que en 106 d.C. fue conquistada por Cornelius Palma, el general de Trajano que anexionó al imperio el reino de los nabateos.Capital de la provincia romana de Arabia Petraea con el nombre de Nova Trajana Bostra, fue la residencia de la III Legio Cyrenaica y se convirtió en la mayor metrópolis de la zona y en una importante encrucijada de rutas comerciales que incluían la calzada romana hasta el Mar Rojo. Bosra fue la sede de los dos Concilios de Arabia (246 y 247 d.C.) en los que Orígenes demostró el carácter herético de las doctrinas del obispo Berilo que mantenía que el alma moría con el cuerpo y que era posible que algún día con él resucitara. Después de la conquista por los Sasánidas y una breve reconquista de los bizantinos, la entonces capital del reino de los Gasanidas fue tomada por el ejército del califato de Rashidum en la batalla de Bosra (634 d.C.) y convertida en una ciudad islámica. Cuentan los historiadores árabes Ibn Hisham, Ibn Sa’d al-Baghdadi y Muhammead ibn Jarir al-Tabari que cuando Mahoma tenía nueve o diez años, llegó a Bosra acompañanado a la caravana de su tío Abu Talib ibn ‘Abd al-Muttalib. Al pasar cerca de la celda donde vivía Bahira, un monje cristiano nestoriano, fueron invitados por el clérigo a tomar un refrigerio y, por algun milagro de cuya naturaleza discrepan los historiadores mencionados, se dio cuenta de la capacidad profética que tenía el joven camellero. Así se lo comunicó al tío del joven Mahoma con la recomendación de que lo guardara de los judíos (versión de Sa’d) o de los cristianos bizantinos (versión de al-Tabari). Ambos, sin embargo, están de acuerdoen que Bahira pudo hacer la profecía porque estaba descrita en unos evangelios originales que él poseía antes de que los cristianos los adulteraran. Durante la Edad Media fue un floreciente centro islámico: se levantaron varias mezquitas y se rodeó el teatro romano con una imponente fortificación (la ciudadela) para defender a la ciudad de los ataques de los cruzados. Mientras la ruta de la Meca pasó por el centro de la ciudad, Bosra conoció días de esplendor, pero cuando para evitar el bandolerismo de la región de Haurán, la ruta de desvió de Bosra, la ciudad quedó reducida a un pequeño pueblo en el que, en 1866, se instalaron miles de drusos.
El conjunto arqueológico de la ciudad abarca restos romanos, restos nabateos, iglesias cristianas y mezuitas musulmanas. La Ciudadela se levantó entre los siglos XI XIII d.C. en torno a la cavea del teatro romano y conoció sucesivas ampliaciones como las doce torres que levantaron los fatimíes y los ayyubíes y el foso y el puente que se construeyeron más tarde. A través de los laberínticos pasillos de la ciudadela se accede a la cavea el teatro romano mejor conservado del mundo. Poderoso es su frons scaenae con un triple orden de columnas corintias de granito rosa procedente de Egipto y en el foso de los músicos se conserva el pavimento original. El graderío tiene forma helenística (supera los límites del semicírculo) con capacidad para unos 10.000 espectadores que ocupan un espacio dividido en tres partes separadas por pasillos concéntricos a los que dan las puertas. La primera sección tiene catorce gradas, la segunda dieciocho y la tercera cinco. La zona suroriental y suroccidental de la ciudadela albergan los Museos de Arte y Tradiciones Populares y de Arqueología.
La ciudad romana se encuentra al norte de la ciudadela y su entrada oriental, uno de los pocos restos nabateos junto con el Birket al-Haj (estanque del peregrinaje), testigo de la ciudad como escala en la ruta hacia la Meca, nos lleva hasta un arco romano del siglo III d.C. con tres vanos, conocido como Bab al-Qindil (puerta de la lámpara), que nos adentra en el decumanus (el eje este - oeste de la ciudad romana) que conserva su antiguo enlosado y las columnas que lo flanqueaban, hasta llevarnos a su extremo occidental: Bab al-Hawa (la puerta del viento). Unas termas se adivinan en el ángulo SE y desde el decumanus se puede acceder a las termas: a una sala octogonal que servía de vestuario (apodyterion), al baño frío (frigidarium), al baño de agua tempalda (tepidarium) y a los dos caldaria que lo flanquean. Cuatro columnas corintias frente a los baños nos hablan de un nymphaeum y la que hay al otro lado de la calle parece ser lo que queda de un kalybe (construcción exclusiva de oriente para el culto imperial, cf. Warnick Ball, Rome in the East: the transformation of an Empire, Routledge, London 2001, pp. 292-296) del siglo I. Pasado un criptopórtico, siempre hacia el oeste, en el cruce de las dos calles principales, encontramos los restos de un tetrapylon y un poco más adelante la mencionada “la puerta del viento” (Bab al-Hawa).
Al norte de la puerta oriental se encuentran los monumentos cristianos: la catedral de los santos Sergio, Baco y Leoncio, de 512 d.C. y el monasterio más antiguio de Bosra, del siglo IV d.C., donde sucedió el encuentro entre Mahoma y el monje nestoriano Bahira.
Varias mezquitas medievales destacan en esta ciudad: la mezquita de al-Umari, fundada a principios del VIII y remodelada en los siglos XI y XIII es una de las más antiguas del mundo árabe y frente a ella se encuentra el Hammam Manjak, baño público usado por los peregrinos y considerado una obra maestra de la ingeniería medieval. La mezquita de al-Mibrak que se levanta donde Mahoma se arrodilló para rezar, conserva delante del mihrab una piedra con las huellas de las rodillas de su camello y la mezquita de Fátima a la que en el siglo XIV se le añadió un alminar separado del cuerpo principal.

Krak de los caballeros

12. EL KRAK DE LOS CABALLEROS
Este es uno de los kraks más importantes de Siria. Está situado en lo que era el condado de Trípoli (hoy Líbano), entre Homs y Tartús, en el paso de Homs de gran importancia estratégica, militar y comercial. La primera fortaleza de la que se tiene noticia en este lugar es del año 1031 construida por el Emir de Homs. Sabemos que en 1099 fue ocupado durante algún tiempo por los ejércitos de la Primera Cruzada en su camino hacia Jerusalén hasta que, once años más tarde, los Caballeros de San Juan de Jerusalén sustituyeron a los primeros cruzados y le confirieron el estado actual.
A pesar de los repetidos ataques, incluso los de Nur-ad-Din y Saladino, nunca fue tomada hasta 1271: los cruzados de batían en retirada, Jerusalén había sido conquistada y el Krak era el último bastión cristiano. Pero el sultán mameluco Bayrbas consiguió tomar la fortaleza y la reforzó. Se pueden distinguir en el Krak por un lado las trazas de los francos (cruzados), de estilo gótico y románico, y por otro los rasgos estilísticos del estilo musulmán. El castillo tiene dos partes diferenciadas: la muralla exterior con 13 torres y la entrada principal y la fortaleza interior.
T.E. Lawrence lo definió como “el mejor castillo del mundo”. Su estado de conservación es extarordinario. Destacaríamos en el lado septentrional del patio de la fortaleza la capilla donde son evidentes las trazas del románico provenzal y borgoñés con arcos que son ya de tipo gótico. Tras la conquista musulmana, fue convertido en mezquita. Las excavaciones del pavimento en las proximidades del portal originario se han sacado a la luz numerosos esqueletos de Caballeros Hospitalarios allí enterrados según costumbre del Medievo.

Ugarit

11. UGARIT
Conocida hoy como Ras Shamra (literalmente “colina del hinojo salvaje”), la ciudad de Ugarit fue una antigua cosmópolis tributaria de Egipto en la costa mediterránea que mantuvo relaciones diplomáticas con Chipre (Alashiya) y contactos comerciales con los micénicos. Su localización no se produjo hasta que, en 1928, el arado de un campesino tropezó con una losa de piedra que resultó ser la cubierta de una antigua tumba que contenía vasos, jarras, tabletas de arcilla y adornos de plata y de oro. La policía local puso el hallazgo en conocimiento de las autoridades francesas que encomendaron a Charles Villoreaud, experto en escritura cuneiforme, una exploración de urgencia. Fue otro arqueólogo francés, René Dussaud, quien, estudiando la topografía del lugar advirtió su parecido con las tumbas de los reyes de Creta y, sobre esa base, intuyó la posible presencia de una ciudad en sus cercanías. En 1929, la Academie des Belles Lettres encomendó a F.A. Scaheffer y a George Chenet una excavación sistemática de la zona. Las excavaciones alumbraron en principio una necrópolis en las cercanías del puerto de Minet el-Beida y, más adelante, restos de una ciudad que, habitada desde el año 6.000 a.C., compartía con Ur y Eridu el priviliegio de ser la cuna de la cultura urbana, quizás por su condición de puerta de entrada desde el mar hasta las tierras interiores del Tigris y el Eúfrates.
Las primeras menciones de la ciudad de Ugarit aparecen en textos de Ebla (2400 a.C.), de Mari (1850-1750) y de Alalakh (1750 y 1450). Hacia 1500 entró en la esfera de influencia egipcia y se la menciona con frecuencia en cartas descubiertas en Tell al-Amarna, capital de Amenophis IV (1379-62 a.C.). A mediados del siglo XIV a.C. estuvo bajo la influencia del reino de Amurru y de los hititas junto a quienes combatieron contra Ramsés II, hacia principios del XIII, en batalla de Qadesh. La edad de oro de Ugarit (1450 - 1200 a.C.) terminó con la destrucción de la ciudad a principios del siglo XII como consecuencia de las invasiones que los llamados “pueblos del mar” llevaron a cabo por todo el Mediterráneo. De la situación de Ugarit en esos momentos tenemos el testimonio de una carta (RS 18.147) enviada por su último monarca (Ammurapi) al rey de Alashiya (Chipre) en la que le pide ayuda en estos términos: “Padre mío, los barcos del enemigo han llegado aquí, mis ciudades están quemadas y el mal reina en mi ciudad. Quizás no sabes, padre, mío que mis carros de guerra y mis tropas están en la tierra de Hatti y toda mi flota en Lukka. Así, la ciudad está abandonada a sí misma. Los siete barcos enemigos han causado graves daños en la ciudad”. Parece ser que la ayuda no llegó a tiempo.
La primeras excavaciones sacaron a la luz un palacio real con noventa habitaciones organizadas en torno a ocho patios y numerosas casas particulares incluyendo dos bibliotecas privadas (una de las cuales perteneció a un diplomático de nombre Rap’anu) que contenían numerosos textos diplomáticos, legales, religiosos, administrativos y literarios. En la cima de la colina sobre la que se levantaba la ciudad había dos templos: uno dedicado a Dagon, el dios ctónico de la fertilidad y los cereales, y otro dedicado a Baal (divinidad solar a la que se asocia también la lluvia y la guerra), el hijo de El (creador de todos los dioses representado por un toro), en cuyos muros se han encontrado encastradas anclas de piedra que corroboran el carácter de divinidad marina de Baal. En 1955 se excavó el llamado “palacio del sur”, un edificio del siglo XIII a.C., residencia de un funcionario de nombre Yabminu en cuyos archivos se encontró abundante documentación que avalaba las relaciones comerciales de Ugarit con las ciudades más importantes del Mediterráneo oriental. Entre los dos templos mencionados se levantaba la casa del Gran Sacerdote con numerosas piezas alrededor de un patio interior provisto de pozo y en que se encontró un riquísimo depósito de objetos de bronce, así como una biblioteca.
Los textos recuperados que abarcan un arco temporal que va del XIV al XII a.C., están redactados en una lengua identificada como semítico noroccidental y escritos en lo que se considera el primer alfabeto de la historia de la humanidad. Los escribas de Ugarit desarrollaron hacia 1400 a.C. un tipo de escritura, derivada de la cuneiforme creada por los sumerios en el IV milenio, con 30 signos cada uno de los cuales tenía una única correspondencia fonética frente a la ambigüedad que a veces suponían los logogramas cueniformes del sumerio. Hay dudas acerca de si el primer alfabeto fonético fue obra de los fenicios o de los ugaríticos, pero la evidencia que proporcionan el paralelismo entre el orden de las letras y los nombres que reciben en ambos sistemas, habla a favor de que, en cualquier caso, no se trata de invenciones absolutamente independientes, sino de que el sistema de los fenicios, como consecuencia de sus contactos comerciales por todo el Mediterráneo, conoció una mayor expansión. Frente a la complejidad y ambigüedad de otros sistemas de escritura (jeroglíficos, ideogramas o silabarios) que requieren de expertos (la privilegiada casta de los escribas) para ser utilizados e interpretados, la escritura alfabética, con su correspondencia unívoca signo - sonido, se convierte en un instrumento flexible que “democratiza” el acceso a la escritura y facilita la composición de obras literarias. Mientras que, por las mismas fechas, los griegos micénicos utilizaban un silabario (la lineal B) que permitía sólo a los escribas de palacio fijar por escrito documentos de contabilidad, de la literatura ugarítica, además de textos legislativos, cartas y acuerdos diplomáticos, conservamos abundantes restos de poemas épicos, anteriores en siglos a Ilíada y Odisea, como “La leyenda de Kirtu”, “La leyenda de Danel”, “El ciclo de Baal” y otros textos mitológicos recogidos para la historia en la primera escritura alfabética e incisos en tablillas de barro. Cerca de Ugarit se encuentra LATAKIA (Al-Ladhiqiyah), actualmente el gran puerto de la Siria contemporánea, ciudad moderna y dinámica cuyos orígenes son, sin embargo, bien antiguos, y se remontan a la época en que los fenicios comerciaban por el Mediterráneo sin rivales (s. X aC.). Pero su verdadera historia no empieza sino con la llegada a Siria de las tropas del conquistador macedonio Alejandro Magno el año 333 aC., después de la batalla de Issos donde Grecia se impuso definitivamente sobre los persas. Después de su muerte, el imperio de Alejandro se dividió entre sus generales –los Diadocos– y el territorio sirio cayó en manos de Seleuco que reinó entre 331 y 281 aC. Éste, ansioso de construirse una nueva capital, escogió el pequeño pueblo costero de origen fenicio y decidió convertirlo en una gran ciudad helenística. La aldea, centro de una importante comarca agrícola y pesquera, a los pies de las famosas montañas de Ansariyye, pronto se desarrolló con fuerza y ambición y fue rebautizada con el nombre de la querida madre del rey Seleuco, la princesa Laodicea, en homenaje suyo, en recuerdo eterno, y por amor.
Durante la época romana, Marco Antonio le concedió la autonomía y pronto formó parte de la tetrápolis que estaba a la cabeza de la provincia de Siria junto con Seleucia, Antioquía y Apamea. Durante los siglos sufrió V y VI las consecuencias de unos fuertes terremotos y las cruzadas supusieron para Latakia el pasar de manos cristianas a manos musulmanas con los consiguientes expolios por ambas partes. El dominio otomano que centró su interés en otros puertos, permitió que el lodo cegara el antiquísmo puerto de Latakia que sufrió un nuevo terremoto a finales del XIII y conoció su demolición un poco más tarde por el sultán Qalaun. Fue prácticamente reconstruida por Hafez al Assad cuando, en 1970, subió al poder.
Desde el punto de vista de los restos arqueológicos poca es la importancia de Latakia con la excepción de un tetrapylon levantado en la época de Septimio Severo (193-211) en el límite oriental de la calle principal. El Museo Nacional, ubicado en un antiguo caravasar, presenta más interés como edificio singular que por sus colecciones.

Alepo

10. ALEPO
(Reproducimos aquí el artículo de Jerónimo Páez López, ex- Director de la Fundación El Legado Andalusí, publicado en El Legado andalusi 15 (2003) pp. 70-77)Sea cual sea el camino escogido, Alepo, surge en la planicie como un inmenso tenderete bañado por el sol y sumergido en la arena. El paisaje que lo rodea, solían decir los viajeros románticos, es bello en su desnudez. Como si la naturaleza se hubiera quedado en repose, te invita a pensar, a permanecer en silencio, recordando antiguas leyendas e historias de generales romanos, de feroces guerreros cruzados, de huríes y príncipes orientales de las Mil y Una Noches. Al aproximamos, nos sobrecoge la visión de la ciudadela, un minarete mitad natural mitad artificial, que se alza sobre el espacio que le rodea. Sus murallas, sus construcciones y subsuelo encierran los sueños y ambiciones de cuantas dinastías han vivido, amado o violado la ciudad. Una vez que se penetra en los suburbios se pasa del ensueño a la decepción. Aunque el mundo árabe suele magnificar su historia, no ha sido muy respetuoso con el pasado y no puede decirse que haya resuelto armónicamente la transición a la modernidad. Edificios descuidados, dispuestos sin orden, barrios que crecen sin césar, Alepo ha triplicado su población en las últimas décadas y puede que supere en la actualidad los dos millones de habitantes como consecuencia de la emigración rural y la inexplicable explosión demográfica que parece no tener fin. Un aire de uniformidad impregna la ciudad nueva, casas, tiendas, calles, gentes, reforzado por el incontable número de antenas que inundan el horizonte de una sociedad en la que la militarización del régimen y el monoculturalismo que avanza, en gran parte como reacción a la hipócrita y doble moral de occidente, ha convertido a las casas en casi el único lugar de encuentro y la televisión en el solo divertimento posible. Pero no te dejes llevar por la primera impresión, sigue avanzando, sortea el tráfico, alcanza la Medina y llega a la ciudadela. Alepo es una ciudad para recorrer a pie y en Oriente, como en la propia vida, casi nada está bien ordenado, y siempre hay algo que descubrir. Cuando menos te lo esperas pasas del mayor de los abandonos a la exquisitez máxima. Mundo de contrastes, hospitalario y receloso, nómada y reposado, sensual y a la vez puritano, la fragilidad de su arquitectura esconde su fortaleza y la monótona repetición de sus arabescos llega a la perfección. Hoy día, sin embargo, es difícil entender como el refinamiento de antaño ha podido ser sustituido por las ostentosas decoraciones y brillantes luminarias que proliferan por doquier. Subirás a esta atalaya a través de un acueducto de ocho arcos hasta su monumental entrada que conserva su imponente carácter defensivo. Aunque ha sufrido todo tipo de destrucciones y no queda gran cosa, ningún otro monumento de Alepo ejerce mayor fascinación. Contempla la ciudad, el compacto conjunto de sus innumerables zocos, esos bazares que se asemejan a un inmenso santuario medieval, con múltiples cavidades y monumentos, con sus tiendas como celdas entrelazadas para protegerse del polvo y la arena del desierto. Te resguardan del implacable sol veraniego y de los helados vientos invernales, y antaño protegían de la rapiña de los gobernantes. En los zocos urbanos era más fácil defenderse del saqueo y la confiscatoria fiscalidad que en los rurales, expoliados incluso por los propios comerciantes de la ciudad. Luego desciende, rodea el gran hamman al-Nasri y a la izquierda, junto al palacio del gobernador, siéntate en uno de los cafetines que hay en la pequeña plaza soleada donde se encuentra el Ach Chouna. Comenzarás a descubrir el alma de Alepo. Descansa, perderás la noción de tiempo, y contemplaras el monumento mas atractivo de la ciudad, su gente, amable, sonriente, sabia, "un día pasado fuera de Alepo es un día que no cuenta en la vida", suelen decir. Degusta el amargo sabor del café turco, tómalo si puedes sin azúcar y eso si, no se te ocurra añadir leche, todo lo mas alguna fragancia. Los cafetines árabes son fascinantes y pocos hay con mas encanto que los de Alepo. Aunque el café es de origen etíope, su uso se generalizo en el mundo árabe cuando llegó a Estambul gracias a un comerciante de Alepo que en el siglo XVI abrió la primera cafetería y regresó años después, rico, a su ciudad. A los habitantes de Alepo siempre les ha caracterizado el deseo de enriquecerse y el gusto por el viaje, pero como todo pueblo aventurero que se precie conserva un profundo amor por su tierra natal, y raro es el que no regresa tarde o temprano. A pesar de que hoy día es la bebida por excelencia, el consumo de café fue objeto de enconadas disputas y prohibido y legalizado alternativamente, según el capricho del poder remante, como sucediera también con el tabaco. El café se rechazo en La Meca allá por el siglo XVI, ya que algunos ulemas intransigentes consideraron nocivos sus efectos estimulantes, y el sultán Murad IV en 1633 lo prohibió llegando a ejecutar a algunos dueños de establecimientos. Todos los tiranos y los puritanos han considerado peligrosas cuantas sustancias liberan los cuerpos y sobre todo el espíritu. Mientras te solazas pide una pipa de agua, o narguile, que te servirán parsimoniosamente con una sonrisa ante tu aire de turista occidental. Aspira pausadamente el humo del tabaco, a ser posible tumbak persa o el sirio que viene de las montañas, el mejor. Es una sensación distinta, refrescante, un rito y un placer, sientes que la vida tiene otro sabor. Es difícil que hoy día puedas degustar, como antaño, la pipa llamada guzah, en la que solían fumarse las dulces hojas embriagadoras que producen una alegría bulliciosa. Aunque su uso, como casi todos los placeres, se ha convertido en tabú en nuestra sociedad, también en la oriental, se remonta a tiempos muy antiguos y estuvo muy extendido en el siglo XIX. Fumes o no, deja vagar la imaginación y evoca la descripción de la ciudad que hizo aquel gran viajero andalusí lbn Yubayr el ano 1183, en su Rihla, o relato de viajes. "Muchos reyes la han pretendido, cuantas luchas ha suscitado y blancas hojas han sido desenvainadas contra ella.... Posee una alcazaba célebre por sus defensas. La ciudad ha subsistido mientras sus soberanos han desaparecido... entre sus peculiaridades se cuenta que en los tiempos antiguos en la colina se acogió Abraham con algunas ovejas cuya leche daba a los pobres, por eso se le dio el nombre de Halab (leche)...Los mercados de la ciudad son espaciosos y grandes, se suceden en alargada secuencia, sales de un barrio dedicado a un oficio para pasar a otro, están techadas con planchas de madera. ..En cuanto a la alcaicería, la mayoría de las tiendas son armarios de madera exquisitamente labrados" Y sigue nuestro autor mencionando la Mezquita aljama, las medersas, el riachuelo que atraviesa el arrabal "donde hay incontables caravansares, los molinos de agua y los huertos existentes. Su nombre es femenino -añadirá- ha sido mala con quienes les fueron desleales y se ha mostrado sin velo a quienes la amaron". A lo largo de los siglos Alepo se ha caracterizado por su pujanza económica y el tesón de sus habitantes para vencer cuantas tragedias les han sobrevenido. Los conquistadores mataron a veces su cuerpo, pero nunca pudieron hacerlo con su alma y su espíritu comercial. El zoco de Alepo es como el corazón que da vida y riega sus venas y arterias que son sus calles entrelazadas, sus tiendas, sus pasadizos, su gente.
La economía medieval musulmana fue sobre todo economía del zoco. La expansión árabe creo una vasta red de ciudades y puede que el primer gran mercado común y globalizado de la historia, que aumento la circulación monetaria, desarrollo el consumo e impulsé la actividad comercial. El mercader se convirtió en pieza clave de esta sociedad, ya estuviera asentado en la ciudad o fuera hombre de caravana. Se movía desde la India hasta el Atlántico, a través del norte de Afrecha, por los países de Dar el Islam, la sociedad musulmana, la única a su juicio culta y civilizada con un idioma común, el árabe, la lengua del comercio y del saber. El Islam desarrollo un modelo de ciudad que albergaba una Mezquita, la casa de Dios, el palacio del gobernador y las dependencias del poder, séquito y ejército. Junto a ellas el "SUM", el zoco, espacio de vida, de riqueza, de encuentros y desencuentros, lugar de intercambio de bienes y servicios, también de ideas y el centre por excelencia de la recaudación fiscal. Por algo la palabra majzen que hoy hace referencia "al poder real y a su entorno" significaba almacén. En el mundo musulmán ha habido todo tipo de zocos, primero rurales, que atraían a mercaderes que solían intercambiarse las mercancías. Con el desarrollo económico fueron surgiendo las ferias, cuya duración era de una o dos semanas, y finalmente los mercados fueron integrándose en la ciudad. Como elemento vivo han sufrido cambios según las necesidades y las diferentes modas arquitectónicas de las dinastías que han gobernado la región. En Alepo, en la época omeya, el mercado del ágora se trasladó a un edificio singular, Dar al Kura, de nueva construcción. Con esta dinastía los zocos abiertos se convirtieron en zocos levantados en el interior de las ciudades. Los mamelucos crearon diferentes bazares al pie de la ciudadela, destinados a una clientela especial, la soldadesca, y así sucesivamente. El zoco se convirtió en un recinto con puertas que se cerraban por la noche, puestos permanentes, ya fueran tiendas, celdas o arcadas, y el pago de tasas. El comercio deja de ser algo particular y el Estado de una u otra forma se ocupó de él, ya fuera para controlarlo o explotarlo. Mercado en el que los productos venían del campo y sobre todo de las caravanas, surgieron edificios para acoger a los viajeros y sus mercancías, los kanes o caravansares, que han recibido diferentes nombres a lo largo de la historia. Dicho de manera simple, un caravansar es un edificio para albergar una caravana. Cuadrados o rectangulares, suelen tener una gran entrada, fácil de vigilar; podían caber hasta cuatrocientos animales con su carga y alrededor de su patio se disponían las celdas para acoger a los comerciantes. Los establos suelen estar en las esquinas del edificio, el agua viene de un pozo o cisterna y la descarga se hace en el patio. Cuando tienen dos plantas, la del suelo se dedica a las mercancías y la superior a los viajeros. Alepo goza del mejor conjunto de kanes de Oriente sobre todo de época otomana, en la que incluso llegaron a construirse para los mercaderes europeos, en su mayoría venecianos y franceses. Los zocos se agrupan según tipos de bienes, de oficios, de servicios. Cerca de la mezquita se encuentran los vendedores de libros, de manuscritos, luego los perfumes, jabones, para continuar con los orfebres, los vendedores de joyas. En las zonas centrales los comerciantes de trajes, vestidos, las sedas y también los vendedores de comida, verdura, productos del campo. Y ya, mas cerca de las puertas, los oficios mas ruidosos, carpinteros, fabricantes de objetos de cobre, y a veces en el interior, y otras en zonas alejadas, cuanto requiere especial trabajo como los curtidores de pieles, tintes, etc. Aunque en aparente desorden, solían gozar de estar muy regulados y bien organizados. El mercado requiere paz y seguridad. Existía la figura del "señor del zoco" encargado de velar por la seguridad e imponer el orden, castigándose los delitos que se cometían en estos espacios con especial dureza. Cuando hayas terminado tu café y tu narguile, recorre el zoco, sus tiendas, imprégnate de sus sabores, colores, perfumes y poesía, mientras paseas sin rumbo fijo, la mejor forma de conocer una ciudad según cuenta E.M. Forster en su guía de Alejandría. Visita la mezquita, su minarete de singular belleza, que data del siglo XI, las medersas aunque no se encuentren en buen estado, el maristán y sigue el curso de la historia de la ciudad, ya que de otra forma es difícil entender Alepo. Su situación geográfica en el norte de Siria y su orografía han marcado su evolución. Durante siglos fue importante ciudad caravanero y gran mercado entre Oriente y Occidente. Sus habitantes la consideran como la más antigua, entre las existentes, del mundo civilizado. Quizás no anden lejos de la realidad, y pueden afirmar con orgullo que pocas hay con mas historia, aunque pocas, también, mas atormentada. En el tercer milenio a.C. se desarrollaron en su entorno algunas prósperas ciudades, administradas por poderosos escribas. No muy lejos se encuentra Ebla cuya refinada cultura se puede admirar en el magnifico museo de la ciudad. Aquí llegaron, eso si, como conquistadores y destructores de cuanto encontraron a su paso, asirios, hititas e incluso los grandes faraones egipcios, siempre prestos a dominar tierras mas fértiles que las suyas propias. Oriente fasciné a aquel hijo predilecto de los dioses, Alejandro Magno, y uno de sus herederos, el general Seleuco I, gobernó la parte siria de aquel inmenso imperio que todavía hoy nos asombra que pudiera conquistar. En esta antigua tierra, la civilización helénica, luego romana a partir del ano 64 a.C., brillo con luz propia. Puede que perdiera alguna de las grandes virtudes que adornaron la antigua Grecia y la Roma republicana, pero ganaron en esplendor y majestuosidad. Jerasa, Bosra y Palmira son sacrosantas ruinas y silenciosos testigos de aquella grandeza que a Voiney le inspiró su elocuente meditación sobre las ruinas de los imperios. A partir del siglo IV con el avance de Bizancio en Oriente, Siria se cristianizó y en Alepo nacerá un movimiento ascético y monástico propio de una región que ha creado mas religiones -y conflictos religiosos- que ninguna otra en el mundo. Tan solo a 42 Km., pueden contemplarse los restos del impresionante conjunto basilical de San Simeón, en su época el mayor templo de la cristiandad y lugar de peregrinaje medieval, edificado en memoria de aquel extravagante monje del mismo nombre que gustaba de autoflagelarse y que le dio por pasar la mayor parte de su vida encaramado a una columna de 18 metros, atado a una cadena al cuello para no caerse por la noche. Le llamaron el Estilita, del griego columna, desde donde predicaba a cuantos querían oírle que no eran pocos. Saqueada por los persas el ano 540 sería presa fácil ante el avance de los ejércitos árabes a comienzos del siglo VII, al igual que toda la región debilitada por el largo y cruento enfrentamiento entre los imperios bizantino sasánida. No tuvo Alepo relevancia política ni administrativa en la época omeya ni abasida, eclipsada por Damasco y luego por Bagdad. Quizás por ello pudo acoger diferentes comunidades de distintos pueblos y religiones que le dieron esa patina de ciudad cosmopolita, tradicionalmente la más abierta y dinámica del país. Durante la Edad Media se suceden los periodos de auge y decadencia. Capital de un emirato independiente, se convertirá en residencia de la dinastía hamdanî a mediados del siglo X, para ser arrasada por el feroz exarca bizantino Nicéforo Focas que destruyó la ciudad el ano 932, como había hecho poco antes con el emirato andalusí de la isla de Creta, fundado por los desterrados del arrabal de Córdoba de la época de al-Hakam I. Renacerá gracias al gobierno de Nureidin que en el siglo XII reconstruiría la ciudadela, los zocos, edificará el maristán y construirá las primeras medersas sobre los restos de la antigua catedral bizantina, convirtiendo Alepo en una de las mas prósperas ciudades árabes de la época. En el año 1260 un aterrador ejército, lo más parecido a una plaga de langostas humanas, los Mongoles, después de asolar Bagdad, redujeron a cenizas la ciudad que tardaría más de un siglo en recuperarse de esta devastación. Los Mamelucos, esa peculiar dinastía de esclavos convertidos en sultanes, que en el siglo XIII, después de detener el avance mongol, gobiernan la región y la ciudad hasta la ocupación otomana a comienzos del siglo XVI. Alepo todavía sufrirá los estragos de la Peste Negra en 1348 y un nuevo saqueo por Tamerlán un ano después, aunque la relación con Egipto y sobre todo con Europa le aportará una enorme prosperidad comercial. A partir de finales del siglo XVIII y principios del XIX será tal la influencia y afluencia de los europeos, que será considerada como el Paris de Oriente. Con la derrota de los turcos en 1918 y la posterior creación de la República Árabe de Siria, Alepo se convertirá en la segunda ciudad del país, pero volverá a ser eclipsada por la centralización del poder en Damasco. Aunque en la actualidad la tragedia que vive el pueblo palestino esta reforzando el puritanismo religioso que avanza en el mundo árabe en perjuicio de aquel Islam tolerante y culto que ge la razón de su grandeza, no olvides, viajero, que Alepo es también, aunque solo en parte hoy día, la ciudad de la música y la gastronomía. Si puedes, no dejes de ir al Hotel Baron (construido en 1909, fue, probablemente el más antiguo de los hoteles de lujo de Oriente). Recuerda que aquí "vino a soñar y escribir" Ágata Christie, a imaginar una Turquía laica Kernal Atarturk, a hospedarse T.E. Lawrence, cuando luchaba por un País árabe libre apoyado por Inglaterra y las potencias Occidentales, que pronto traicionaron sus ilusiones, mientras se solazaba saliendo a cazar patos tan solo a cien metros del hotel. Hoy día, desgraciadamente, sería imposible, no son buenos tiempos para la lírica.

Lago Assad

9. Lago Assad (Buhayrat al Asad)
Es como un mar interior, orgullo de Siria, fruto de un ambicioso proyecto del presidente Halez al Assad, padre del actual. Cuando el Éufrates entra en Siria por Jarablos (antigua capital del Imperio Neohitita) ya es un río poderoso. Para apropvechar su caudal para riego y para generar energía hidroeléctrica, en el año 1960, el plan se puso en marcha: embalsar el Éufrates y así empezaron las obras de la presa de Tabqa o Tabaqah en 1963. El embalse empezó a llenarse en 1973. Se extiende en una superficie de más de 60 kmts. y suministra electricidad supuestamente a todo el país. El aumento del embalse inundó pueblos e importante yacimientos arqueológicos. Con la ayuda de la UNESCO y de algunas misiones extranjeras, algunos lugares pudieron documentarse y trasladarse a terrenos más elevados, como el caso del alminar de 27 mts. de altura de la mezquita de Maskana y el de Abu Harayra, de 18 mts., que fueron trasladados al centro de Ath-Thaura (“La Revolución·”), ciudad que se construyó junto a la presa de Tabqa para los obreros de la misma y para los habitantes de las zonas rurales que tuvieron que desplazarse de sus pueblos.
A 15 kmts. de Ath-Thaura, situado a la orilla del lago, se levanta el Castillo Qala’at Ja’abar desde donde las vistas se sus aguas turquesas son impresionantes. Construido en ladrillo al estilo mesopotámico, se alza sobre un saliente rocoso. Fue reconstruido por Nuredin y luego por los mamelucos. Es un lugar donde los lugareños acuden a pasar el día o para nadar y remar. Un restaurante, a la derecha de la entrada, tiene una agradable terraza desde donde se puede contemplar el lago.

Rasafah

8. RASAFAH
El arqueólogo canadiense Greg Fisher, especialista en Oriente Próximo, considera este lugar como uno de los de visita obligada por los restos de su exquisita arquitectura y por el misterioso entorno. Abandonada desde hace tiempo, fue una ciudad amurallada ubicada en el desierto, por donde cruzaba el camino que unía Palmira con el Éufrates. Hoy está a 25 kmts. al sur de la carretera de este río. Su origen es antiquísimo: con el nombre de Resef aparece en los anales sirios, en el Antiguo Testamento (II Libro de los Reyes, 19.12; Isaías, 37.12), a propósito de su destrucción a manos de los asirios. Volvió a resurgir en época romana: Diocleciano, en el s. III, construyó aquí una fortaleza como parte de una línea defensiva contra los persas-sasánidas. Fue aquí donde ocurrió el martirio de San Sergio (alrededor de 305) en cuyo honor se llamó Sergiopolis y fue meta de constantes peregrinaciones. En el periodo bizantino (Imperio Romano de Oriente), durante el reinado de Justiniano, aproximadamente a finales del siglo V, sus murallas fueron nuevamente reforzadas por temor a los persas sasánidas a los que acabó rindiéndose en el año 616. Después de que los árabes musulmanes invadieran Siria, Hisham levantó, entre otros muchos, el majestuoso palacio Qasr al-Heir al Sharki, uno de los monumentos más aislados e impresionantes de los Omeyas. A pesar de las destrucciones, volvió a recuperarse, según atestiguan los fragmentos de la cerámica (de alta calidad) de los siglos XII - XIII. Después de ser conquistada por los Mamelucos, bajo el sultanato de Baybars, la población de Rusafah fue deportada a Hamah y la ciudad quedó abandonada.
Quedan las ruinas de la Puerta Norte de tres vanos y una decoración minuciosamente esculpida, las murallas perimétricas que tienen algunos accesos a la terraza superior para disfrutar de extraordinarias vistas. En el exterior de la parte este está un Cafe-ar-Rasafa. Quedan restos de la Basílica de San Sergio, parcialmente restaurada, y restos de las enormes cisternas que abastecían a la ciudad.