1. INTRODUCCIÓN
“Por mucho que te alejes en el vago pasado, siempre hubo una Damasco” Mark Twain, Guía para viajeros inocentes
En el libro de Patricia Schultz, 1.000 sitios que ver antes de morir, recomendado en su portada por el New York Times, la autora menciona cuatro “sitios” de Siria: Damasco, Alepo, el Krak de los Caballeros y Palmira. Los cuatro lugares están en n nuestra ruta ¡No está mal! Cada uno de estos lugares nos evocan diferentes épocas, diferentes civilizaciones fundamentales de un pasado histórico que trasciende a la propia Siria, porque el solar sirio habla de los comienzos de la metalurgia, de la escritura, del comercio, de la agricultura. Los testimonios arqueológicos e importantes mitos lo confirman.
La arqueología nos informa de civilizaciones prehistóricas, que a partir del Neolítico están claramente relacionadas con las de Sumer y Susa en la cercana Mesopotamia. Por su ubicación, como zona de paso o vecindad con Egipto, Mesopotamia y Asia Menor, sufrió las influencias de estas culturas. La posición estratégica y sus montañas ricas en madera (Monte Líbano, Amanus...) hizo que Siria fuera siempre un territorio disputado.
Desde el IV milenio encontramos asentamientos preurbanos importantes: Ugarit, Biblos, Damasco, Megiddó. Los primeros documentos escritos del III milenio atestiguan el predominio de los pueblos semitas que llegaron procedentes del país de Eddon y de las zonas desérticas de Arabia y del interior de Siria. Los semitas, en grupos culturales ligeramente diferenciados, se asentaron hacia el primer milenio en diferentes zonas: los fenicios en el litoral, los cananeos al sur y los amorritas y arameos hacia el interior incluso más allá del Eúfrates. Coexistieron las dos formas de vida, la nómada que atacaban las civilizaciones vecinas, y la sedentaria que con dificultades podía resistir los ataques de esas mismas civilizaciones vecinas. Por ejemplo, desde la II Dinastía faraónica (III milenio) la plaza costera de Biblos fue una base egipcia, los monarcas de Asiria (Sargón, Naram - Sim de Acadia...) intentaron imponer su dominio en Siria. Los Faraones de la XII Dinastía (II milenio) llegaron a establecer una marca al sur de Canaán para frenar las incursiones de los asiáticos en el Delta del Nilo. La llegada de los Indoeuropeos y su expansión acentúan la inestabilidad en sus poblaciones, alguna de las cuales (los hicsos) invadió Egipto, que fueron rechazados por los faraones: Tutmés I, en su contraataque llegó hasta el Éufrates y su sucesor Tutmés III impuso en la mayor parte de las ciudades sirias un protectorado egipcio. La zona norte de Siria fue ocupada por los hititas...Todo esto llevó a un acuerdo entre Ramsés II y los hititas para frenar la expansión de Asiria.
2. PERIODOS HISTÓRICOS
2.1. Periodo Semita
En el transcurso de los siglos XI y X, los arameos y los hebreos, de origen semítico procedentes del desierto arábigo, se instalaron en zonas de cultivo y fundaron verdaderas ciudades-estado como el reino de Jerusalén (reino hebreo de Judá) y Damasco (reino arameo). También se fundaron los puertos de Biblos, Tiro y Sidón en la costa fenicia (hoy Líbano).
La prosperidad de estas ciudades siempre tentó a Asiria y a Egipto y las consecuentes crisis de la situación fueron aprovechadas por Nabucodonosor II, rey de Babilonia, quien llegó a tener a Siria y a Egipto bajo su poder (587 a.C.). Pero la toma de Babilonia por el rey persa Ciro (539 a.C.) convirtió a Siria (junto con Chipre y Palestina) en una satrapía persa, aunque siguieron subsistiendo los principados indígenas. No obstante, las revueltas de Fenicia a favor de Egipto provocaron la destrucción de Sidón por las tropas de Artajerjes III (344 a.C.).
2.2. El helenismo sirio
La gran actividad comercial de los puertos sirio-fenicios, donde llegaban productos del extremo oriente, atrajo desde siempre a los griegos. Los contactos comerciales y culturales entre sirio-fenicios y griegos son tan extraordinarios como los préstamos del alfabeto y la moneda, p. ej., que remontan al siglo VIII a.C.
Tras la conquista de Alejandro Magno, a pesar de la resistencia de Tiro (332 a.C.), Siria (todavía satrapía persa) se convirtió en uno de los grandes centros del mundo helenístico. A la muerte de Alejandro y tras la fragmentación de su imperio, Siria fue un reino helenístico más: el reino de los Seleúcidas (por Seleuco) que instalaron su capital en Antioquía (hoy Turquía). Los sucesores de Seleuco concedieron el estatuto de “polis” a sus fundaciones: Antioquía, Apamea, Seleucia, Laodicea (hoy Latakia), etc., pero las ciudades indígenas siguieron con sus principados teocráticos (sobre todo los judíos). Las querellas internas de la dinastía seleúcida favorecieron la división del reino y nuevas invasiones nómadas, como la de los árabes, que fundaron sus propios principados como los de Damasco, Emesa, Petra...
“Por mucho que te alejes en el vago pasado, siempre hubo una Damasco” Mark Twain, Guía para viajeros inocentes
En el libro de Patricia Schultz, 1.000 sitios que ver antes de morir, recomendado en su portada por el New York Times, la autora menciona cuatro “sitios” de Siria: Damasco, Alepo, el Krak de los Caballeros y Palmira. Los cuatro lugares están en n nuestra ruta ¡No está mal! Cada uno de estos lugares nos evocan diferentes épocas, diferentes civilizaciones fundamentales de un pasado histórico que trasciende a la propia Siria, porque el solar sirio habla de los comienzos de la metalurgia, de la escritura, del comercio, de la agricultura. Los testimonios arqueológicos e importantes mitos lo confirman.
La arqueología nos informa de civilizaciones prehistóricas, que a partir del Neolítico están claramente relacionadas con las de Sumer y Susa en la cercana Mesopotamia. Por su ubicación, como zona de paso o vecindad con Egipto, Mesopotamia y Asia Menor, sufrió las influencias de estas culturas. La posición estratégica y sus montañas ricas en madera (Monte Líbano, Amanus...) hizo que Siria fuera siempre un territorio disputado.
Desde el IV milenio encontramos asentamientos preurbanos importantes: Ugarit, Biblos, Damasco, Megiddó. Los primeros documentos escritos del III milenio atestiguan el predominio de los pueblos semitas que llegaron procedentes del país de Eddon y de las zonas desérticas de Arabia y del interior de Siria. Los semitas, en grupos culturales ligeramente diferenciados, se asentaron hacia el primer milenio en diferentes zonas: los fenicios en el litoral, los cananeos al sur y los amorritas y arameos hacia el interior incluso más allá del Eúfrates. Coexistieron las dos formas de vida, la nómada que atacaban las civilizaciones vecinas, y la sedentaria que con dificultades podía resistir los ataques de esas mismas civilizaciones vecinas. Por ejemplo, desde la II Dinastía faraónica (III milenio) la plaza costera de Biblos fue una base egipcia, los monarcas de Asiria (Sargón, Naram - Sim de Acadia...) intentaron imponer su dominio en Siria. Los Faraones de la XII Dinastía (II milenio) llegaron a establecer una marca al sur de Canaán para frenar las incursiones de los asiáticos en el Delta del Nilo. La llegada de los Indoeuropeos y su expansión acentúan la inestabilidad en sus poblaciones, alguna de las cuales (los hicsos) invadió Egipto, que fueron rechazados por los faraones: Tutmés I, en su contraataque llegó hasta el Éufrates y su sucesor Tutmés III impuso en la mayor parte de las ciudades sirias un protectorado egipcio. La zona norte de Siria fue ocupada por los hititas...Todo esto llevó a un acuerdo entre Ramsés II y los hititas para frenar la expansión de Asiria.
2. PERIODOS HISTÓRICOS
2.1. Periodo Semita
En el transcurso de los siglos XI y X, los arameos y los hebreos, de origen semítico procedentes del desierto arábigo, se instalaron en zonas de cultivo y fundaron verdaderas ciudades-estado como el reino de Jerusalén (reino hebreo de Judá) y Damasco (reino arameo). También se fundaron los puertos de Biblos, Tiro y Sidón en la costa fenicia (hoy Líbano).
La prosperidad de estas ciudades siempre tentó a Asiria y a Egipto y las consecuentes crisis de la situación fueron aprovechadas por Nabucodonosor II, rey de Babilonia, quien llegó a tener a Siria y a Egipto bajo su poder (587 a.C.). Pero la toma de Babilonia por el rey persa Ciro (539 a.C.) convirtió a Siria (junto con Chipre y Palestina) en una satrapía persa, aunque siguieron subsistiendo los principados indígenas. No obstante, las revueltas de Fenicia a favor de Egipto provocaron la destrucción de Sidón por las tropas de Artajerjes III (344 a.C.).
2.2. El helenismo sirio
La gran actividad comercial de los puertos sirio-fenicios, donde llegaban productos del extremo oriente, atrajo desde siempre a los griegos. Los contactos comerciales y culturales entre sirio-fenicios y griegos son tan extraordinarios como los préstamos del alfabeto y la moneda, p. ej., que remontan al siglo VIII a.C.
Tras la conquista de Alejandro Magno, a pesar de la resistencia de Tiro (332 a.C.), Siria (todavía satrapía persa) se convirtió en uno de los grandes centros del mundo helenístico. A la muerte de Alejandro y tras la fragmentación de su imperio, Siria fue un reino helenístico más: el reino de los Seleúcidas (por Seleuco) que instalaron su capital en Antioquía (hoy Turquía). Los sucesores de Seleuco concedieron el estatuto de “polis” a sus fundaciones: Antioquía, Apamea, Seleucia, Laodicea (hoy Latakia), etc., pero las ciudades indígenas siguieron con sus principados teocráticos (sobre todo los judíos). Las querellas internas de la dinastía seleúcida favorecieron la división del reino y nuevas invasiones nómadas, como la de los árabes, que fundaron sus propios principados como los de Damasco, Emesa, Petra...
2.3. Siria romana
Tras una intentona de conquista por el rey armenio Tigranes, Siria fue ocupada por Pompeyo en el año 64 a.C. Estos hechos pusieron fin a la dinastía seleúcida. Pompeyo creó la Provincia Romana de Siria, convertida después, en tiempos de Augusto, en Provincia Imperial (27 a.C.), reforzada por una serie de principados vasallos que la protegían por el este. Estos reinos fronterizos y vasallos fueron paulatinamente anexionados por los emperadores romanos. En cambio la comunidad judía no aceptó la ocupación romana y se creó la provincia de Judea o Siria-Palestina con un Legado como gobernador. Siria fue una de las provincias más ricas del imperio romano: sus mercaderes acapararon el comercio del Mediterráneo y todo el tráfico de los productos del extremo oriente. Se extendía desde Petra a Antioquía y desde Bosra hasta Alepo, Damasco o Palmira. Se desarrolló un importantísimo artesanado de tejidos, los damasquinados -de seda y lino-, la púrpura y el cristal de Fenicia y la exportación de sus productos agrícolas (frutas y vino). Tanta riqueza se manifestaba en sus ciudades de cuya pujanza económica hablaban sus obras públicas, tanto civiles como religiosas: termas, villas, acueductos, teatros o templos de estilo helenístico-romano. La cultura sirio-helenístico-romana tuvo también figuras destacadas como los juristas Ulpìano y Papiniano, los filósofos Porfirio y Jámblico o el extraordinario escritor Luciano de Samosata. En cuanto a la religión, en Siria (como en otros lugares del Imperio Romano) se produjo un sincretismo religioso entre las manifestaciones helenístico-romanas y diferentes expresiones de la religiosidad semita que sedujeron incluso a los romanos. Finalmente el cristianismo procedente de Judea acabó sustituyendo en el siglo IV d.C. al paganismo anterior (edicto de Milán de 313 de Constantino y el definitivo Edicto de Teodosio de Tesalónica en 385) a pesar de los fuertes movimientos de resistencia como el intentado por el emperador Juliano el Apóstata.
Tras una intentona de conquista por el rey armenio Tigranes, Siria fue ocupada por Pompeyo en el año 64 a.C. Estos hechos pusieron fin a la dinastía seleúcida. Pompeyo creó la Provincia Romana de Siria, convertida después, en tiempos de Augusto, en Provincia Imperial (27 a.C.), reforzada por una serie de principados vasallos que la protegían por el este. Estos reinos fronterizos y vasallos fueron paulatinamente anexionados por los emperadores romanos. En cambio la comunidad judía no aceptó la ocupación romana y se creó la provincia de Judea o Siria-Palestina con un Legado como gobernador. Siria fue una de las provincias más ricas del imperio romano: sus mercaderes acapararon el comercio del Mediterráneo y todo el tráfico de los productos del extremo oriente. Se extendía desde Petra a Antioquía y desde Bosra hasta Alepo, Damasco o Palmira. Se desarrolló un importantísimo artesanado de tejidos, los damasquinados -de seda y lino-, la púrpura y el cristal de Fenicia y la exportación de sus productos agrícolas (frutas y vino). Tanta riqueza se manifestaba en sus ciudades de cuya pujanza económica hablaban sus obras públicas, tanto civiles como religiosas: termas, villas, acueductos, teatros o templos de estilo helenístico-romano. La cultura sirio-helenístico-romana tuvo también figuras destacadas como los juristas Ulpìano y Papiniano, los filósofos Porfirio y Jámblico o el extraordinario escritor Luciano de Samosata. En cuanto a la religión, en Siria (como en otros lugares del Imperio Romano) se produjo un sincretismo religioso entre las manifestaciones helenístico-romanas y diferentes expresiones de la religiosidad semita que sedujeron incluso a los romanos. Finalmente el cristianismo procedente de Judea acabó sustituyendo en el siglo IV d.C. al paganismo anterior (edicto de Milán de 313 de Constantino y el definitivo Edicto de Teodosio de Tesalónica en 385) a pesar de los fuertes movimientos de resistencia como el intentado por el emperador Juliano el Apóstata.
2.4. Siria árabe o Islam (640-1193)
Tras la invasión sasánida y la posterior reconquista por el emperador Heraclio I, Siria, agobiada por los problemas y consiguientes persecuciones religiosas y por los abusos fiscales se “dejó invadir” prácticamente por los árabes musulmanes. Los bizantinos (Imperio Romano de Oriente) acabaron capitulando en Cesarea (640 d.C.). El gobernador musulmán Mu’awiyya, apoyándose en los árabes de la región que allí vivían como nómadas desde el siglo anterior, fundó el califato de los Omeya que desde Damasco gobernó y trató de dar coherencia y gobernabilidad a todo el islam, desde el Oriente hasta Al-Andalus (661-750). Los cristianos de Siria coexistieron y proporcionaron el Imperio Musulmán administradores y hombres de ciencia y cultura que fueron fundamentales en la conformación de la civilización musulmana.
Disensiones internas de carácter religioso en el seno de la sociedad y de carácter dinástico en el seno de la familia Omeya ocasionaron un clima de fuerte inestabilidad política que fue rentabilizado por los Abasíes. En el año 750 esta dinastía acaba con la hegemonía siria de los Omeya y trasladaron el centro de su poder a Bagdag (Irán). Siria no obstante conservó su riqueza. Tras la decadencia de los Abasíes (finales del IX y principios del X), gobernadores de algunas ciudades sirias creyeron conveniente unir Siria al valle del Nilo: el califa fatimí de Egipto ocupó Palestina y Damasco respetando los diferentes principados árabes existentes. Se fueron acentuando las diferencias religiosas que no coincidían con las fronteras políticas. Por ejemplo, los nizaríes, a quienes sus enemigos llamaron hashshashiyyín (“consumidores de hashshis), de donde procede el término asesinos, fueron una rama de la secta religiosa ismaelita de los musulmanes chiítas, fundada por Hasan-i Sabbah, llamado también el Viejo de la Montaña, que utilizó el terror para expandir sus doctrinas, después de haberse instalado entre Lataquia y Hama. A su vez el Imperio Bizantino aprovechó la decadencia abasí para hacer incursiones en el norte de Siria: lograron la formación de un ducado griego en torno a Antioquía, reconquistada en el 969 d.C.
2.5. Siria y las Cruzadas
La heterodoxia islámica de un lado, y el avance bizantino de otro, propició la ascensión política de la dinastía otomana de los Selyúcidas que hizo gobernable por algún tiempo la región. A la muerte del sultán Halik (1092), Siria volvió a fragmentarse, lo que facilitó el avance armenio por un lado y el éxito de la Primera Cruzada por otro. El éxito de los cruzados dio lugar a la fundación de estados cristianos donde “los caballeros cruzados” gobernaban a musulmanes y cristianos. El problema de Antioquía, reivindicada por el imperio cristiano griego-biznatino, impidió un frente común de todos los cristianos frente al Islam. El reino de Jerusalén que no logró apoderarse de las ciudades del interior (Damasco, Homs, Hama y Alepo), tampoco estaba capacitado para defenderse del Islam en Siria. Los musulmanes otomanos dominaron Mosul y Alepo (1127-28), más tarde el condado de Edesa (Homs) y Damasco. Saladino, de origen kurdo y que desde Egipto acudió a Siria, peleó al servicio del príncipe turco Nur al-Din para lograr la unificación siria y el fin de los desórdenes. A su muerte (1174), por la incapacidad de sus sucesores, Saladino se hizo con el poder: ocupó toda la Siria musulmana y parte de los países más allá del Éufrates en su curso medio. Creó un imperio que jamás se había conocido, y frenó a los cruzados rechazándolos definitivamente hasta el mar y apoderándose de Jerusalén. Occidente reaccionó de inmediato y al frente del francés Felipe Augusto y del inglés Ricardo Corazón de León. Los cirtsianos concentraron su fuerza en la Tercera Cruzada: sitiaron Arce de San Juan (hoy en el estado de Israel) y forzaron a Saladino a una solución (paz) de compromiso: todo el interior de Siria quedó adjudicado a Saladino y Palestina, incluida Jerusalén y la zona costera quedaría para los cristianos. A la muerte de Saladino (1193), su herederos, los ayyubies, no supieron mantener este estado y Siria sufrió nuevas invasiones por parte de los mongoles (segunda mitad del XIII) que fueron sistemáticamente frenados por los mamelucos egipcios que mantuvieron la soberanía en Siria hasta el siglo XIV y paulatinamente fueron reconquistando los establecimientos de los cruzados: por ejemplo, el sultán mameluco Baybars (1260-1277) conquistó el Krak de los Caballeros (del árabe “krak” = fortaleza) que hasta entonces había resistido todos los asaltos musulmanes. Tras el periodo de las Cruzadas, Siria se transformó profundamente: el país quedó repleto de fortalezas árabes (kraks) y cristianas, las poblaciones latinas fueron desapareciendo, las comunidades cristianas fueron también reduciéndose y el comercio tan importante de Damasco y Beirut en el siglo XIV perdió hegemonía frente al de Alejandría en Egipto. Los mamelucos, no obstante, aseguraron a Siria dos siglos de cierta tranquilidad, pero no pudieron resistir el empuje de los otomanos nuevamente, ahora al frente del sultán Selim.
Tras la invasión sasánida y la posterior reconquista por el emperador Heraclio I, Siria, agobiada por los problemas y consiguientes persecuciones religiosas y por los abusos fiscales se “dejó invadir” prácticamente por los árabes musulmanes. Los bizantinos (Imperio Romano de Oriente) acabaron capitulando en Cesarea (640 d.C.). El gobernador musulmán Mu’awiyya, apoyándose en los árabes de la región que allí vivían como nómadas desde el siglo anterior, fundó el califato de los Omeya que desde Damasco gobernó y trató de dar coherencia y gobernabilidad a todo el islam, desde el Oriente hasta Al-Andalus (661-750). Los cristianos de Siria coexistieron y proporcionaron el Imperio Musulmán administradores y hombres de ciencia y cultura que fueron fundamentales en la conformación de la civilización musulmana.
Disensiones internas de carácter religioso en el seno de la sociedad y de carácter dinástico en el seno de la familia Omeya ocasionaron un clima de fuerte inestabilidad política que fue rentabilizado por los Abasíes. En el año 750 esta dinastía acaba con la hegemonía siria de los Omeya y trasladaron el centro de su poder a Bagdag (Irán). Siria no obstante conservó su riqueza. Tras la decadencia de los Abasíes (finales del IX y principios del X), gobernadores de algunas ciudades sirias creyeron conveniente unir Siria al valle del Nilo: el califa fatimí de Egipto ocupó Palestina y Damasco respetando los diferentes principados árabes existentes. Se fueron acentuando las diferencias religiosas que no coincidían con las fronteras políticas. Por ejemplo, los nizaríes, a quienes sus enemigos llamaron hashshashiyyín (“consumidores de hashshis), de donde procede el término asesinos, fueron una rama de la secta religiosa ismaelita de los musulmanes chiítas, fundada por Hasan-i Sabbah, llamado también el Viejo de la Montaña, que utilizó el terror para expandir sus doctrinas, después de haberse instalado entre Lataquia y Hama. A su vez el Imperio Bizantino aprovechó la decadencia abasí para hacer incursiones en el norte de Siria: lograron la formación de un ducado griego en torno a Antioquía, reconquistada en el 969 d.C.
2.5. Siria y las Cruzadas
La heterodoxia islámica de un lado, y el avance bizantino de otro, propició la ascensión política de la dinastía otomana de los Selyúcidas que hizo gobernable por algún tiempo la región. A la muerte del sultán Halik (1092), Siria volvió a fragmentarse, lo que facilitó el avance armenio por un lado y el éxito de la Primera Cruzada por otro. El éxito de los cruzados dio lugar a la fundación de estados cristianos donde “los caballeros cruzados” gobernaban a musulmanes y cristianos. El problema de Antioquía, reivindicada por el imperio cristiano griego-biznatino, impidió un frente común de todos los cristianos frente al Islam. El reino de Jerusalén que no logró apoderarse de las ciudades del interior (Damasco, Homs, Hama y Alepo), tampoco estaba capacitado para defenderse del Islam en Siria. Los musulmanes otomanos dominaron Mosul y Alepo (1127-28), más tarde el condado de Edesa (Homs) y Damasco. Saladino, de origen kurdo y que desde Egipto acudió a Siria, peleó al servicio del príncipe turco Nur al-Din para lograr la unificación siria y el fin de los desórdenes. A su muerte (1174), por la incapacidad de sus sucesores, Saladino se hizo con el poder: ocupó toda la Siria musulmana y parte de los países más allá del Éufrates en su curso medio. Creó un imperio que jamás se había conocido, y frenó a los cruzados rechazándolos definitivamente hasta el mar y apoderándose de Jerusalén. Occidente reaccionó de inmediato y al frente del francés Felipe Augusto y del inglés Ricardo Corazón de León. Los cirtsianos concentraron su fuerza en la Tercera Cruzada: sitiaron Arce de San Juan (hoy en el estado de Israel) y forzaron a Saladino a una solución (paz) de compromiso: todo el interior de Siria quedó adjudicado a Saladino y Palestina, incluida Jerusalén y la zona costera quedaría para los cristianos. A la muerte de Saladino (1193), su herederos, los ayyubies, no supieron mantener este estado y Siria sufrió nuevas invasiones por parte de los mongoles (segunda mitad del XIII) que fueron sistemáticamente frenados por los mamelucos egipcios que mantuvieron la soberanía en Siria hasta el siglo XIV y paulatinamente fueron reconquistando los establecimientos de los cruzados: por ejemplo, el sultán mameluco Baybars (1260-1277) conquistó el Krak de los Caballeros (del árabe “krak” = fortaleza) que hasta entonces había resistido todos los asaltos musulmanes. Tras el periodo de las Cruzadas, Siria se transformó profundamente: el país quedó repleto de fortalezas árabes (kraks) y cristianas, las poblaciones latinas fueron desapareciendo, las comunidades cristianas fueron también reduciéndose y el comercio tan importante de Damasco y Beirut en el siglo XIV perdió hegemonía frente al de Alejandría en Egipto. Los mamelucos, no obstante, aseguraron a Siria dos siglos de cierta tranquilidad, pero no pudieron resistir el empuje de los otomanos nuevamente, ahora al frente del sultán Selim.