jueves, 8 de abril de 2010

Palmira

7. PALMIRA
Los restos de la antigua Palmira se hallan junto a los de la actual Tadmore o Tadmur (ciudad de los dátiles) a 210 kms. al NE de Damasco, a medio camino entre el Mediterráneo y el Éufrates, es decir, entre oriente y occidente. De su emplazamiento en las rutas de las caravanas que se adentraban por el desierto hasta el extremo oriente deriva en parte su importancia. Su relevancia histórica se inicia en la época helenística. Tras la muerte de Alejandro magno (313 a.C.) y la conversión de Siria en la monarquía helenística de los Seleúcidas (por el general-rey Seleuco), la ciudad se embelleció con edificios monumentales y la cultura griega se mezcló con la aramea y la árabe autóctonas. Pero su gran transformación fue obra de Roma, a partir de la conquista de Siria por Pompeyo (64 a.C.). Siria se convierte en provincia romana y Palmira en el límite oriental del imperio y de la provincia misma, mantuvo una clara independencia. Sin embargo, era un enclave fundamental para Roma ya que la conectaba, a través de la ruta comercial que por allí pasaba, con Mesopotamia y todo el Oriente. Además, servía de barrera entre las dos potencias rivales: Roma y Persia. Palmira supo sacar ventaja de su situación fronteriza, pues ni unos ni otros deseaban interrumpir el comercio en el que Palmira desempeñaba un papel fundamental.
El emperador Adriano le otorgó el estatuto de Colonia Romana y contribuyó a su embellecimiento con templos, termas, teatro, foro, villas suntuosas...Al adquirir sus habitantes el rango de ciudadanos romanos (cives), tuvieron acceso a las magistraturas municipales y pudieron controlar así el poder local. A mediados del siglo III, la crítica situación política provocó una división del imperio en dos sectores: el occidental y el oriental. El sector oriental se configuró en torno a la ciudad de Palmira y abarcaba el territorio comprendido entre Bitinia y Egipto, con ciudades tan importantes como Antioquía (Antakia turca actual), Emesa (hoy Homs, entre Damasco y Alepo) o la egipcia Alejandría, ciudades ubicadas en las rutas que unían el desierto arábigo con el Mediterráneo. La separación del imperio se inició principalmente por serios problemas derivados de la vecindad de Persia que acabaron (tras su humillación) con el emperador Valeriano (260 d.C.), que destruían campos y ciudades sin cesar. En este estado de cosas, Odenato, perteneciente a una aristocrática familia palmireña, encabezó la resistencia romana contra los persas. Odenato contó con el apoyo de su segunda esposa Zenobia. Las victorias de Odenato, ya consul, fueron reconocidas con los títulos de “Dux Romanorum” (caudillo de los romanos), “Restitutor totius Orientis” (salvador de todo el oriente) a los que él añadió “Rex Regum” (rey de reyes) y “Persicus maximus”, porque hizo retroceder a los persas a su antigua frontera. Odenato llegó a tener un poder absoluto sobre las provincias de Cilicia, Siria, Mesopotamia y Arabia. Sin que se sepa con certeza cómo, una conspiración en la que pudo estar implicada la propia Zenobia, acabó con Odenato que fue asesinado en Homs (Edesa). Es así como entró Zenobia en la historia. Aunque tenía dos hijos, Zenobia, a la que los textos le atribuyen cualidades propias de un “vir militaris”, sólo se interesó por Vabalato y centró todo su empeño en que éste mantuviera los mismos poderes que tuvo Odenato. Así fue de hecho durante años y en el 271 se proclamó Imperator Caesar Vhabalathus Augustus, lo que suponía una independencia total del imperio. Pero la artífice de todo esto era Zenobia: ya era evidente su posición antirromana. Invadió Egipto donde contaba con numerosos simpatizantes, pero ante el temor de que Palmira se convirtiera en una gran potencia al oriente y antirromana, el emperador Aureliano reaccionó, tomó Antioquía y a continución Palmira. Tras varios episodios y sobre todo tras la muerte del rey Sapor que impidió el apoyo de Persia a Palmira, se produjo la victoria definitiva de Aureliano sobre las tropas de Zenobia. La reina de Palmira fue hecha prisionera y conducida a Roma (273 d.C.) y para festejar el triunfo el emperador. Aureliano, que le perdonó la vida, le dio una villa en el Tíber, hoy Tívoli, cerca de Villa Hadriana, y casó con un senador romano con el que tuvo varios hijos. Allí permaneció hasta su muerte, cuya fecha exacta ignoramos.
Durante el reinado de Zenobia, Palmira alcanzó su máximo esplendor con una población de más de 150.000 habitantes. La rodeaban unas murallas de unos 21 kms. de circunferencia y con sus jardines, templos y demás edificios podía rivalizar con cualquier ciudad del imperio. La calle principal (el cardo, N.-S.) estaba flanqueada por columnas corintias de más de 15 mts. de altura. Estatuas y bustos de héroes jalonaban las calles, así como bustos de benefactores ricos sobre pedestales con inscripciones alusivas a sus méritos y su onomástica local en arameo o árabe. La misma Zenobia hizo levantar dos estatuas suya y de Odenato.
Pero la victoria de Aurliano y la cautividad de Zenobia trajeron consigo la ruina de la ciudad y el esplendor de Palmira se extinguió para siempre. Los persas desviaron la ruta comercial que pasaba por Palmira y, años más tarde, Diocleciano reutilizó Palmira como una fortaleza de las muchas que defendían fronteras romanas en Siria. Tras un leve resurgimiento en la época islámica con el nombre de Tadmur (ciudad de los dátiles), la ciudad cayó y sólo sus magníficos retsos arqueológicos evocan su glorioso pasado.
Algunos rasgos de la personalidad de Zenobia.
“Se jactaba de ser descendiente de Cleopatra y de los Ptolomeos, cubrió sus hombros con túnica imperial, adornada con el vestido de Dido y recibiendo incluso su diadema dirigió el imperio después de su marido Odenato durante m´ñas tiempo del que podía soportar una mujer” (SHA, Tyr. Trig XXX, 2. Traducción de H. Pastor Andrés).
Su madre era egipcia, y conocía además dedl egipcio, el siríaco, el arameo, el greigo y el árabe, pero no conocía bien el latín. Era una gran conocedora de la historia de Alejandro y de todo el Oriente. Como mecenas, fue protectora de las artes y de los intelectuales (Apolonio de Tiana, Longino...). Los textos hablan de su belleza y de su inteligencia...”señora del deierto sirio”. Amante del lujo (su modelo era Cleopatra) y las fiestas, pero también era ejemplo de valor y firmeza. En materia religiosa era tolerante. Al parecer adoraba a una divinidad relacionada con el sol. De hecho el ‘Templo del Sol’ era uno de los mejores edificios de Palmira. No obstante como en la Siria del siglo III, en Palmira coexistían varias religiones. Fue una gran administradora y gobernante, aunque no sabemos con certeza los títulos que le fueron otorgados por Roma. El título de Augusta, atestiguado en las monedas en las que aparece sola o con su hijo Vabalato, parece sólo honorífico del mismo modo que se utilizaba para las madres de los emperadores. Por tanto, su carta de presentación como “reina de oriente”, los romanso sólo podían entenderlo como un rasgo exclusivo de una extranjera. Pero la realidad es que, aunque fuera durante pocos años (267-273), Zenobia fue reina del estado independiente de Palmira, una verdadera reina de Oriente.
(Extraído por Amalia Rodríguez Pareja de Pastor Muñoz, M. - Pastor Andrés, H., “Zenobia” en Pociña Pérez, A - García González, J., En Grecia y Roma III. Mujeres reales y ficticias, E.U.G., Granada 2009).
Un siglo después de Zenobia, otra reina puso en jaque a los romanos: la beduina Mavia que se puso al frente de una confederación de tribus seminómadas, tras la muerte de su marido Al-Hawari, en el año 375 d.C. A los tres años de ocupar el trono, sus fuerzas ocuparon Fenicia, Palestina y alcanzaron la frontera egipcia. Con sus incursiones, con la táctica de la guerra de guerrillas, a base de unidades de caballería móviles y largas lanzas, limitaron enormemente las acciones de Valente al frente del Imperio de Oriente. Mavia murió en Anasartha, al E. de Alepo donde una inscripción del 425 la recuerda.