Conocida hoy como Ras Shamra (literalmente “colina del hinojo salvaje”), la ciudad de Ugarit fue una antigua cosmópolis tributaria de Egipto en la costa mediterránea que mantuvo relaciones diplomáticas con Chipre (Alashiya) y contactos comerciales con los micénicos. Su localización no se produjo hasta que, en 1928, el arado de un campesino tropezó con una losa de piedra que resultó ser la cubierta de una antigua tumba que contenía vasos, jarras, tabletas de arcilla y adornos de plata y de oro. La policía local puso el hallazgo en conocimiento de las autoridades francesas que encomendaron a Charles Villoreaud, experto en escritura cuneiforme, una exploración de urgencia. Fue otro arqueólogo francés, René Dussaud, quien, estudiando la topografía del lugar advirtió su parecido con las tumbas de los reyes de Creta y, sobre esa base, intuyó la posible presencia de una ciudad en sus cercanías. En 1929, la Academie des Belles Lettres encomendó a F.A. Scaheffer y a George Chenet una excavación sistemática de la zona. Las excavaciones alumbraron en principio una necrópolis en las cercanías del puerto de Minet el-Beida y, más adelante, restos de una ciudad que, habitada desde el año 6.000 a.C., compartía con Ur y Eridu el priviliegio de ser la cuna de la cultura urbana, quizás por su condición de puerta de entrada desde el mar hasta las tierras interiores del Tigris y el Eúfrates.
Las primeras menciones de la ciudad de Ugarit aparecen en textos de Ebla (2400 a.C.), de Mari (1850-1750) y de Alalakh (1750 y 1450). Hacia 1500 entró en la esfera de influencia egipcia y se la menciona con frecuencia en cartas descubiertas en Tell al-Amarna, capital de Amenophis IV (1379-62 a.C.). A mediados del siglo XIV a.C. estuvo bajo la influencia del reino de Amurru y de los hititas junto a quienes combatieron contra Ramsés II, hacia principios del XIII, en batalla de Qadesh. La edad de oro de Ugarit (1450 - 1200 a.C.) terminó con la destrucción de la ciudad a principios del siglo XII como consecuencia de las invasiones que los llamados “pueblos del mar” llevaron a cabo por todo el Mediterráneo. De la situación de Ugarit en esos momentos tenemos el testimonio de una carta (RS 18.147) enviada por su último monarca (Ammurapi) al rey de Alashiya (Chipre) en la que le pide ayuda en estos términos: “Padre mío, los barcos del enemigo han llegado aquí, mis ciudades están quemadas y el mal reina en mi ciudad. Quizás no sabes, padre, mío que mis carros de guerra y mis tropas están en la tierra de Hatti y toda mi flota en Lukka. Así, la ciudad está abandonada a sí misma. Los siete barcos enemigos han causado graves daños en la ciudad”. Parece ser que la ayuda no llegó a tiempo.
La primeras excavaciones sacaron a la luz un palacio real con noventa habitaciones organizadas en torno a ocho patios y numerosas casas particulares incluyendo dos bibliotecas privadas (una de las cuales perteneció a un diplomático de nombre Rap’anu) que contenían numerosos textos diplomáticos, legales, religiosos, administrativos y literarios. En la cima de la colina sobre la que se levantaba la ciudad había dos templos: uno dedicado a Dagon, el dios ctónico de la fertilidad y los cereales, y otro dedicado a Baal (divinidad solar a la que se asocia también la lluvia y la guerra), el hijo de El (creador de todos los dioses representado por un toro), en cuyos muros se han encontrado encastradas anclas de piedra que corroboran el carácter de divinidad marina de Baal. En 1955 se excavó el llamado “palacio del sur”, un edificio del siglo XIII a.C., residencia de un funcionario de nombre Yabminu en cuyos archivos se encontró abundante documentación que avalaba las relaciones comerciales de Ugarit con las ciudades más importantes del Mediterráneo oriental. Entre los dos templos mencionados se levantaba la casa del Gran Sacerdote con numerosas piezas alrededor de un patio interior provisto de pozo y en que se encontró un riquísimo depósito de objetos de bronce, así como una biblioteca.
Los textos recuperados que abarcan un arco temporal que va del XIV al XII a.C., están redactados en una lengua identificada como semítico noroccidental y escritos en lo que se considera el primer alfabeto de la historia de la humanidad. Los escribas de Ugarit desarrollaron hacia 1400 a.C. un tipo de escritura, derivada de la cuneiforme creada por los sumerios en el IV milenio, con 30 signos cada uno de los cuales tenía una única correspondencia fonética frente a la ambigüedad que a veces suponían los logogramas cueniformes del sumerio. Hay dudas acerca de si el primer alfabeto fonético fue obra de los fenicios o de los ugaríticos, pero la evidencia que proporcionan el paralelismo entre el orden de las letras y los nombres que reciben en ambos sistemas, habla a favor de que, en cualquier caso, no se trata de invenciones absolutamente independientes, sino de que el sistema de los fenicios, como consecuencia de sus contactos comerciales por todo el Mediterráneo, conoció una mayor expansión. Frente a la complejidad y ambigüedad de otros sistemas de escritura (jeroglíficos, ideogramas o silabarios) que requieren de expertos (la privilegiada casta de los escribas) para ser utilizados e interpretados, la escritura alfabética, con su correspondencia unívoca signo - sonido, se convierte en un instrumento flexible que “democratiza” el acceso a la escritura y facilita la composición de obras literarias. Mientras que, por las mismas fechas, los griegos micénicos utilizaban un silabario (la lineal B) que permitía sólo a los escribas de palacio fijar por escrito documentos de contabilidad, de la literatura ugarítica, además de textos legislativos, cartas y acuerdos diplomáticos, conservamos abundantes restos de poemas épicos, anteriores en siglos a Ilíada y Odisea, como “La leyenda de Kirtu”, “La leyenda de Danel”, “El ciclo de Baal” y otros textos mitológicos recogidos para la historia en la primera escritura alfabética e incisos en tablillas de barro. Cerca de Ugarit se encuentra LATAKIA (Al-Ladhiqiyah), actualmente el gran puerto de la Siria contemporánea, ciudad moderna y dinámica cuyos orígenes son, sin embargo, bien antiguos, y se remontan a la época en que los fenicios comerciaban por el Mediterráneo sin rivales (s. X aC.). Pero su verdadera historia no empieza sino con la llegada a Siria de las tropas del conquistador macedonio Alejandro Magno el año 333 aC., después de la batalla de Issos donde Grecia se impuso definitivamente sobre los persas. Después de su muerte, el imperio de Alejandro se dividió entre sus generales –los Diadocos– y el territorio sirio cayó en manos de Seleuco que reinó entre 331 y 281 aC. Éste, ansioso de construirse una nueva capital, escogió el pequeño pueblo costero de origen fenicio y decidió convertirlo en una gran ciudad helenística. La aldea, centro de una importante comarca agrícola y pesquera, a los pies de las famosas montañas de Ansariyye, pronto se desarrolló con fuerza y ambición y fue rebautizada con el nombre de la querida madre del rey Seleuco, la princesa Laodicea, en homenaje suyo, en recuerdo eterno, y por amor.
Durante la época romana, Marco Antonio le concedió la autonomía y pronto formó parte de la tetrápolis que estaba a la cabeza de la provincia de Siria junto con Seleucia, Antioquía y Apamea. Durante los siglos sufrió V y VI las consecuencias de unos fuertes terremotos y las cruzadas supusieron para Latakia el pasar de manos cristianas a manos musulmanas con los consiguientes expolios por ambas partes. El dominio otomano que centró su interés en otros puertos, permitió que el lodo cegara el antiquísmo puerto de Latakia que sufrió un nuevo terremoto a finales del XIII y conoció su demolición un poco más tarde por el sultán Qalaun. Fue prácticamente reconstruida por Hafez al Assad cuando, en 1970, subió al poder.
Desde el punto de vista de los restos arqueológicos poca es la importancia de Latakia con la excepción de un tetrapylon levantado en la época de Septimio Severo (193-211) en el límite oriental de la calle principal. El Museo Nacional, ubicado en un antiguo caravasar, presenta más interés como edificio singular que por sus colecciones.
Las primeras menciones de la ciudad de Ugarit aparecen en textos de Ebla (2400 a.C.), de Mari (1850-1750) y de Alalakh (1750 y 1450). Hacia 1500 entró en la esfera de influencia egipcia y se la menciona con frecuencia en cartas descubiertas en Tell al-Amarna, capital de Amenophis IV (1379-62 a.C.). A mediados del siglo XIV a.C. estuvo bajo la influencia del reino de Amurru y de los hititas junto a quienes combatieron contra Ramsés II, hacia principios del XIII, en batalla de Qadesh. La edad de oro de Ugarit (1450 - 1200 a.C.) terminó con la destrucción de la ciudad a principios del siglo XII como consecuencia de las invasiones que los llamados “pueblos del mar” llevaron a cabo por todo el Mediterráneo. De la situación de Ugarit en esos momentos tenemos el testimonio de una carta (RS 18.147) enviada por su último monarca (Ammurapi) al rey de Alashiya (Chipre) en la que le pide ayuda en estos términos: “Padre mío, los barcos del enemigo han llegado aquí, mis ciudades están quemadas y el mal reina en mi ciudad. Quizás no sabes, padre, mío que mis carros de guerra y mis tropas están en la tierra de Hatti y toda mi flota en Lukka. Así, la ciudad está abandonada a sí misma. Los siete barcos enemigos han causado graves daños en la ciudad”. Parece ser que la ayuda no llegó a tiempo.
La primeras excavaciones sacaron a la luz un palacio real con noventa habitaciones organizadas en torno a ocho patios y numerosas casas particulares incluyendo dos bibliotecas privadas (una de las cuales perteneció a un diplomático de nombre Rap’anu) que contenían numerosos textos diplomáticos, legales, religiosos, administrativos y literarios. En la cima de la colina sobre la que se levantaba la ciudad había dos templos: uno dedicado a Dagon, el dios ctónico de la fertilidad y los cereales, y otro dedicado a Baal (divinidad solar a la que se asocia también la lluvia y la guerra), el hijo de El (creador de todos los dioses representado por un toro), en cuyos muros se han encontrado encastradas anclas de piedra que corroboran el carácter de divinidad marina de Baal. En 1955 se excavó el llamado “palacio del sur”, un edificio del siglo XIII a.C., residencia de un funcionario de nombre Yabminu en cuyos archivos se encontró abundante documentación que avalaba las relaciones comerciales de Ugarit con las ciudades más importantes del Mediterráneo oriental. Entre los dos templos mencionados se levantaba la casa del Gran Sacerdote con numerosas piezas alrededor de un patio interior provisto de pozo y en que se encontró un riquísimo depósito de objetos de bronce, así como una biblioteca.
Los textos recuperados que abarcan un arco temporal que va del XIV al XII a.C., están redactados en una lengua identificada como semítico noroccidental y escritos en lo que se considera el primer alfabeto de la historia de la humanidad. Los escribas de Ugarit desarrollaron hacia 1400 a.C. un tipo de escritura, derivada de la cuneiforme creada por los sumerios en el IV milenio, con 30 signos cada uno de los cuales tenía una única correspondencia fonética frente a la ambigüedad que a veces suponían los logogramas cueniformes del sumerio. Hay dudas acerca de si el primer alfabeto fonético fue obra de los fenicios o de los ugaríticos, pero la evidencia que proporcionan el paralelismo entre el orden de las letras y los nombres que reciben en ambos sistemas, habla a favor de que, en cualquier caso, no se trata de invenciones absolutamente independientes, sino de que el sistema de los fenicios, como consecuencia de sus contactos comerciales por todo el Mediterráneo, conoció una mayor expansión. Frente a la complejidad y ambigüedad de otros sistemas de escritura (jeroglíficos, ideogramas o silabarios) que requieren de expertos (la privilegiada casta de los escribas) para ser utilizados e interpretados, la escritura alfabética, con su correspondencia unívoca signo - sonido, se convierte en un instrumento flexible que “democratiza” el acceso a la escritura y facilita la composición de obras literarias. Mientras que, por las mismas fechas, los griegos micénicos utilizaban un silabario (la lineal B) que permitía sólo a los escribas de palacio fijar por escrito documentos de contabilidad, de la literatura ugarítica, además de textos legislativos, cartas y acuerdos diplomáticos, conservamos abundantes restos de poemas épicos, anteriores en siglos a Ilíada y Odisea, como “La leyenda de Kirtu”, “La leyenda de Danel”, “El ciclo de Baal” y otros textos mitológicos recogidos para la historia en la primera escritura alfabética e incisos en tablillas de barro. Cerca de Ugarit se encuentra LATAKIA (Al-Ladhiqiyah), actualmente el gran puerto de la Siria contemporánea, ciudad moderna y dinámica cuyos orígenes son, sin embargo, bien antiguos, y se remontan a la época en que los fenicios comerciaban por el Mediterráneo sin rivales (s. X aC.). Pero su verdadera historia no empieza sino con la llegada a Siria de las tropas del conquistador macedonio Alejandro Magno el año 333 aC., después de la batalla de Issos donde Grecia se impuso definitivamente sobre los persas. Después de su muerte, el imperio de Alejandro se dividió entre sus generales –los Diadocos– y el territorio sirio cayó en manos de Seleuco que reinó entre 331 y 281 aC. Éste, ansioso de construirse una nueva capital, escogió el pequeño pueblo costero de origen fenicio y decidió convertirlo en una gran ciudad helenística. La aldea, centro de una importante comarca agrícola y pesquera, a los pies de las famosas montañas de Ansariyye, pronto se desarrolló con fuerza y ambición y fue rebautizada con el nombre de la querida madre del rey Seleuco, la princesa Laodicea, en homenaje suyo, en recuerdo eterno, y por amor.
Durante la época romana, Marco Antonio le concedió la autonomía y pronto formó parte de la tetrápolis que estaba a la cabeza de la provincia de Siria junto con Seleucia, Antioquía y Apamea. Durante los siglos sufrió V y VI las consecuencias de unos fuertes terremotos y las cruzadas supusieron para Latakia el pasar de manos cristianas a manos musulmanas con los consiguientes expolios por ambas partes. El dominio otomano que centró su interés en otros puertos, permitió que el lodo cegara el antiquísmo puerto de Latakia que sufrió un nuevo terremoto a finales del XIII y conoció su demolición un poco más tarde por el sultán Qalaun. Fue prácticamente reconstruida por Hafez al Assad cuando, en 1970, subió al poder.
Desde el punto de vista de los restos arqueológicos poca es la importancia de Latakia con la excepción de un tetrapylon levantado en la época de Septimio Severo (193-211) en el límite oriental de la calle principal. El Museo Nacional, ubicado en un antiguo caravasar, presenta más interés como edificio singular que por sus colecciones.