jueves, 8 de abril de 2010

Damasco

4. DAMASCO
4.1. Historia
Es, sin duda, la ciudad habitada con continuidad más antigua del mundo. Imprescindible lugar de encuentro en las rutas caravaneras que unían a Mesopotamia con Fenicia y el Mediterráneo y a Egipto con Asia menor y el Egeo, es mencionada ya en el III milenio a.C. por fuentes egipcias (Tutmosis III) y mesopotamias. Según Flavio Josefo fue fundada por Us, nieto de Shem y en Génesis (XVI, 15) se la hace contemporánea de Abraham.
Capital del imperio arameo, conoce un primer momento de esplendor entre los siglos XI al VIII a.C. Su estructura urbanística en aquel momento era bien simple: un trazado irregular en torno a una acrópolis (tell) fortificada con un palacio y un santuario. Salmanassar III la hizo tributaria de los asirios (842 a.C.), Tiglat Pileser III deportó a sus habitantes (732 a.C.) y hacia 600 a.C. fue conquistada por Nabucodonosor. En 530 a.C. es anexionada al imperio persa y en 333 a.C. fue conquistada por Alejandro Magno. La presencia griega en Damasco supuso una reestructuración del hábitat urbano con diseño hipodámico y la presencia de un ágora y un estadio. Entregada en un principio por Alejandro a su general Parmenión, después de la división del imperio del macedonio entre sus generales (diadocos) formó parte, a partir del 312 a.C., del imperio de los Seleúcidas y tras un breve paréntesis de dominación nabatea (85 a.C. - 64 a.C.), se incorporó al imperio romano (63 a.C.). La presencia romana supuso una nueva remodelación del conjunto urbanístico: la ciudad era atravesada por un decumano (Via Recta), se rodeó con una única muralla y se levantó un templo dedicado a Júpiter Damasceno. Su territorio aumentó mucho en el transcurso del tiempo, hasta limitar en época de Tiberio con la fenicia Sidón. Bajo Nerón fue regida directamente por un gobernador romano; con Trajano formó parte de la provincia de Siria; Adriano le otorgó el título honorífico de metrópoli y Alejandro Severo le concedió el estatuto de colonia romana. Con Diocleciano se transformó en un importante enclave militar, construyéndose arsenales y fortificaciones. Integrada en el Imperio bizantino, durante las luchas contra los persas fue ocupada por Cosroes II (613 d.C.) y, poco después, los árabes penetraron en la ciudad (635 d.C.) quienes, tras la batalla de Yarmtnk (636 d.C.), la convirtieron en sede provincial. Su gobernador Mu'áwiya, fundador de la dinastía Omeya (661), hizo de Damasco la capital del Islam y sus herederos la transformaron en el centro cultural, comercial y financiero más importante del Cercano Oriente, construyendo suntuosos edificios como la mezquita (s. VIII), erigida sobre el antiguo templo de S. Juan. Con el advenimiento de los Abbasíes (750) que trasladaron la capital a Bagdag, se inicia la decadencia de la ciudad, que perdió la capitalidad pese a las frustradas tentativas restauradoras de al-Mutawakkil (847-861). A continuación Damasco dependió generalmente de las dinastías egipcias. Un aventurero turco, Afteqin, se la arrebató a los Fatimíes (975) y la puso bajo la protección de Juan Tzimiscés (emperador de Bizancio entre 969 y 976). Posteriormente, fue ocupada por los turcos selyúcidas (1076), que la convirtieron en un gran centro comercial y en un baluarte militar del Islam contra los cruzados, quienes, no interesados al principio (1098) en ocuparla., realizaron después inútiles tentativas por apoderarse de ella, como durante la segunda Cruzada (1148). En 1104 había subido al poder la dinastía de los Buríes, que perduró 50 años; y esta permanencia de Damasco en manos musulmanas fue una de las causas fundamentales del fracaso de las Cruzadas, pues, al no controlar el camino que bordea el desierto, cuyo principal enclave era Damasco, fue posible el abastecimiento y comunicación normal entre las ciudades musulmanas, así como la coordinación de sus recursos. Nür al-Din, sultán de Alepo, al anexionarse Damasco en 1154, logra la unificación de la Siria musulmana. Con su sucesor Saladino, que defendió la ciudad del ataque de los cruzados (1177) y cuyo mausoleo se encuentra en ella, se inicia uno de los momentos más brillantes de su historia: los brocados de seda (damascos), armaduras metálicas y trabajos damasquinados son llevados por los cruzados a Europa; de su importancia intelectual dan idea la Escuela de Medicina (1158) y el observatorio de Djebel Kasioun; y de entonces data la construcción de la ciudadela (1219), sobre las ruinas de una fortaleza romana en el centro de la ciudad. Esta prosperidad termina con el ataque del mongol Hülágn(1260), que inicia un periodo crítico: conquistada por los mamelucos de Egipto, bajo los cuales pasa a ser una simple capital provincial, es saqueada de nuevo e incendiada parcialmente por los mongoles (1300-99). Bajo el dominio de los otomanos (1516-1918), D. fue sede del gobierno de Siria y conoció otra etapa de prosperidad, gracias a la hábil administración de algunos gobernadores, como Asad Bajá al Azim (fines del s. XVIII); pero también conoció situaciones difíciles, como su ocupación por Ibráhim Bajá de Egipto (1832) o las matanzas de judíos y cristianos a raíz del levantamiento del Líbano (1860). En el gobierno de Midhat Bajá (1878) se realizaron muchas reformas urbanísticas. Por su activa intelectualidad, se convirtió en foco del nacionalismo sirio. Conquistada por los aliados en la I Guerra mundial (1918), fue por breve tiempo capital del reino de Frysal; pero, al reconocer la Sociedad de Naciones el mandato francés sobre Siria (1920), a la vez que se modernizaba (su universidad se erige en 1924), D. se convertía en un centro de revueltas contra los ocupantes. Capital de Siria desde la proclamación de su independencia en 1941 (aunque ésta no ejerció su soberanía hasta 1946), al constituirse la República Árabe Unida (1958), quedó reducida a sede del Consejo Ejecutivo sirio, para volver a su anterior condición al restaurarse Siria como Estado independiente de la República Árabe Unida.
4.2. Hitos de la ciudad vieja.
4.2.1. Murallas y puertas
La ciudad vieja de Damasco, cuyo primer asentamiento se remonta al siglo XV a.C., fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESO en 1979. Está rodeada por una muralla, levantada en época romana, que, después de la conquista islámica (635), se reforzó y se mantuvo intacta hasta la época de los Omeyas, pero cuando los Abasíes asaltaron Damasco (750) destruyeron buena parte de ella, si bien fue reforzada en época de los Nuritas y Ayubitas para proteger la ciudad de los ataques de los cruzados. En época otomana se abandonó y sus sillares se emplearon para otras edificaciones. El único lienzo que conserva su factura original son los 500 mts. que se extienden desde Bab al Salaam (la puerta de la paz) hasta Bab Tuma (la puerta de Santo Tomás). A la ciudad se accedía por trece puertas (“bab” en árabe y “abwab” en plural) que hasta el siglo pasado se cerraban al atardecer y de las que hoy se conservan, las más notables son: Bab al-Faraj (Puerta de la liberación), Bab al-Faradis (Puerta del paraíso), Bab al-Salam (Puerta de la paz), en el lado norte de la muralla, Bab Tuma (Puerta de santo Tomás), en la esquina nordeste, Bab Sharqi (Puerta del este), la única de época romana, restaurada en 1950, Bab Kisan, en el sureste, por donde, según la tradición, San Pablo huyó de Damasco (en esta puerta, hoy cerrada, existe una capilla que recuerda el suceso), al-Bab al-Saghir (Puerta pequeña), en el lado sur,y Bab al-Jabiya, en el suroeste, a la entrada del suk Midhat Pash.
La Calle Recta, antiguo decumanus, atravesaba la ciudad de este a oeste: desde la puerta de Bab al-Jabieh hasta la de Bab ash Sharqi y en ambos lados tenía columnas corintias. El tiempo ha sepultado esta vía que hoy se llama Suq al-Tawil o Midhat Pasha (calle recta), donde ocasionalmente, cuando hay obras, se descubren restos de la antigua columnata.
4.2.2. La Ciudadela
Al contrario de lo que es tradicional en este tipo de edificaciones defensivas, la ciudadela de Damasco no se levanta sobre una colina, sino que está al mismo nivel que la ciudad. Utilizando materiales extraídos de las murallas, fue erigida por los Selyúcidas (una dinastía otomana que reinó en Oriente Próximo y en Asia Menor entre mediados del siglo IX y finales del siglo XIII) en 1078 d.C., constituyéndose como una ciudad dentro de la ciudad con sus torres, sus fosos, sus murallas en cuyo interior albergaba casas, baños, mezquitas y escuelas. En el punto culminante de los ataques e incursiones de los cruzados, se utilizó como residencia de los sultanes de Egipto y Siria: Nureddin, Saladino y al-Malek al-Adel que, desde allí, dirigían las operaciones contra los cruzados. Fue al-Malek al-Adel quien, en 1202, para adecuarla a las nuevas técnicas de guerra y asedio, decidió demolerla y volver a construirla con el resultado de una modernísima fortificación que incorporaba las más modernas innovaciones en materia de logística militar. A mediados del siglo XIII se convirtió en el blanco principal de los ataques de tártaros y mongoles hasta que fue abandonada por los turcos. Se cegaron las trincheras y los fosos y en su lugar se levantaron los zocos de al-Hamidiyya, Asrounieh y al-Khuja. Este último ha sido recientemente demolido para limpiar el lado oeste de una fortaleza que está siendo remodelada para albergar un Museo de la Guerra y un centro de varias actividades culturales.
4.2.3. La Mezquita de los Omeyas Con esta invocación, el viajero Ibn Jubayr (Játiva, 1145) inicia su descripción de la capital de los Omeya: “«Damasco — ¡que el Altísimo la proteja!— Damasco, Paraíso de Oriente, lugar desde donde, él irradia su luz, sello de los países del Islam, joven esposa a la que hemos admirado, toda adornada de flores y plantas olorosas: aparece con el vestido de brocado verde de sus jardines. De ella dicen: si hay un paraiso en la tierra, Damasco, sin duda, es parte, y si está en el cielo, entonces rivaliza con él y lo emula.»
En efecto, en la ciudad vieja de Damasco se encuentra la Gran Mezquita de los Omeya (al-Djāmī banī Umaya), levantada por el Califa al Walid ibn Abdul Malek en 705 d.C. cuando Damasco era la capital del Imperio Islámico. Se construyó en el lugar donde hubo en primer lugar un templo de Hadad, la divinidad aramea de los antiguo sirios, más tarde un templo de Júpiter y en el siglo IV d.C. una iglesia cristiana dedicada a San Juan Bautista. Cuando en 635 se consumó la conquista islámica de Damasco, cristianos y musulmanes acordaron repartirse el templo y celebrar en él los ritos de ambas confesiones. Hacia 706, Walid I decidió levantar “una mezquita como nunca se había levantado, ni nunca se levantaría”, y para ello negoció con la comunidad cristiana la cesión de la parte que les correspondía del témenos de la basílica a cambio de la construcción de una nueva iglesia (la de San Juan) y la donación de varias parcelas para levantar otras. Los cristianos accedieron y se iniciaron unas obras que duraron diez años, costaron cerca de once millones de dinares oro y dieron trabajo a multitud de artesanos que completaron la decoración de un edificio que se convirtió en modelo para todas las mezquitas del mundo árabe y durante los primeros siglos de la hégira pasó por ser la octava maravilla del mundo.
Sobre el alto temenos antiguo que medía 160 x 100 m, que obedece a una orientación este/oeste y cuyo recinto rectangular se parece a una fortaleza, la mezquita erigida por al-Walid se estructura como un gran sala de oración, de 136 metros de ancho y 38 metros de profundidad, a la que se accede por un patio porticado que ocupa unas dimensiones de 120 metros de ancho por otros 50 metros de fondo. La sala de oración está dotada de un cuerpo central, que se encamina al mihrab, existiendo a cada lado de citado cuerpo tres naves que se desarrollan en sentido paralelo al muro de la kibla. En el centro geométrico del templo, frente al mihrab se sitúa la denominada Cúpula del Águila, construida en sus inicios en madera al igual que las cúpulas de al-Aksa y la Roca. Tiene forma circular y se alza sobre un octógono al que sostienen cuatro trompas angulares. Las diversas naves de la sala de oración reposan sobre inmensas columnas coronadas con capiteles de orden corintio, unidas entre sí por grandes arcos. Encima, un segundo orden de columnas de dimensiones más pequeñas sostiene arcos menores en los que reposan las techumbres del edificio; lo más probable es que las columnas sean las del antiguo templo de Júpiter y, en todo caso, el aspecto de cada línea de arcadas, con dos niveles de altura, es muy similar al que ofrecería la contemplación de un acueducto romano que estuviese sostenido por poderosas columnas.
Se trata, a primera vista, de estructuras muy clásicas que recuerdan la gran arquitectura bizantina y el visitante, al penetrar en esta inmensa sala dispuesta en el sentido de la anchura, tiene la impresión de estar ante tres naves longitudinales en lugar de tres intercolumnios paralelos a la kibla, una percepción espacial que evoca la distribución interna de una iglesia. La confusión radica en interpretar el edificio en sentido perpendicular sin tener en cuenta la orientación de la plegaria musulmana hacia el sur (la Meca) y hablar, como Watzinger, Dussaud, Lammens y otros tantos, de “transepto” cuando en realidad se trata de “nave” y de llamar “naves” a los “intercolumnios” que dividen las alas a ambos lados del mihrab.
La “impresión bizantina” obedece, pues, al uso que los arquitectos árabes hicieron de los materiales ya existentes para edificar sus mezquitas. Se puede admitir por tanto que los arquitectos del califa procedieron a un desmontaje metódico y cuidadoso; tanto las columnas como los capiteles (¡que, por otro lado, procedían probablemente del templo de Júpiter Damasceno y habían sido ya utilizados de nuevo por los Bizantinos!) y los hermosos arcos, fueron objeto de una verdadera «anastilosis» anticipada. El trabajo consistió en levantar esos elementos arquitectónicos en la zona sur de la antigua explanada y asignarles una nueva función.
Los constructores de la Gran Mezquita de Damasco por tanto se limitaron a darle otra distribución a ese material: al sur del témenos situaron, a cada lado de la nave central, un par de arcadas paralelas a la kibla. Sobre estas estructuras —donde las arcadas que habían determinado las naves de la iglesia separaban ahora los intercolumnios de la mezquita— retomaron la cubierta de madera con vigas visibles de los Bizantinos. En Damasco ha habido, por tanto, demolición y reconstrucción. Pero hay que subrayar el respeto que los constructores del califa han tenido al desmontar la vieja iglesia bizantina piedra a piedra. Este cuidado se explica por un hecho que merece ser recordado: en efecto, la basílica poseía un precioso relicario que contenía la cabeza de san Juan Bautista. Mahoma menciona a este personaje profético: «Mientras que él (Zacarías) oraba de pie en el Templo, los ángeles le llamaron: Dios te anuncia la noticia del nacimiento de Juan (Yahya) que confirmará la verdad del Verbo de Dios. Será grande y casto, será un profeta entre los justos.» (Corán, 11 1, 40).
La veneración que los musulmanes sienten por Yahya subsiste en la Gran Mezquita de Damasco: en el ala este del haram se alza un edículo donde fueron trasladados los restos del santo. Era lógico por tanto que la iglesia consagrada a este venerable personaje, honrado en el Corán, fuera objeto de toda la solicitud del califa que perpetuaba de ese modo, en su propia mezquita, la memoria de Yahya.
El gran patio tiene unas medidas que se aproximan a los 50 metros por 122 y en su centro se encuentra la Fuente de las Abluciones. Destaca en su cara occidental la Cúpula del Tesoro, un edículo octogonal sostenido por ocho columnas rematadas con capiteles corintios y, de forma simétrica en la cara oriental, el llamado Pabellón de los Relojes.
Un rasgo dominante de la construcción son los tres minaretes de estilos diferentes, cuyas partes superiores fueron remodeladas durante las eras Ayoubita, Mameluca y Otomana: el Minarete al-Gharbiyya, de estilo otomano, en la parte SO y el Minarete de Jesús, el más alto, donde se dice que aparecerá Cristo el día del Juicio Final, cierran las dos esquinas de la quibla. Al norte, sobre el eje mediano del patio, se sitúa el Minarete al-Arus (de la Novia o la Esposa), el más antiguo. A su derecha se encuentra la Puerta del Paraíso.
El nombre de esta puerta y la cita que recogíamos al principio nos llevan a hablar un poco de la ornamentación musiva del monumento. Al principio, todo el contorno del patio estaba adornado con escenas que representaban exuberantes valles y ríos en cuyas orillas había unas moradas de ensueño, bajo las sombras de los árboles y en medio de la frescura de un entorno encantador. ¿Qué significa, en una civilización que rechaza por lo general la presencia de imágenes figurativas, este conjunto iconográfico excepcional? Al hilo de la cita de Ibn Jubayr, Henri Stierlin, plantea una interesante hipótesis: esta decoración de mosaicos en la que sólo encontramos arroyos y estanques en los que se reflejan glorietas y pabellones, ilustra las bellezas de este país paradisíaco. Porque es verdaderamente una imagen del Paraíso la que transmiten los mosaicos de la Gran Mezquita de los Omeyas: con sus «palacios» y sus jardines, sus árboles y sus ríos, sus villas y sus pabellones de recreo, en consonancia con el mensaje del Profeta: «Dios ha prometido a los creyentes, hombres y mujeres, unos jardines regados por corrientes de agua. Es allí donde morarán eternamente. Él les ha prometido unas moradas deliciosas en los jardines del Edén» (Corán IX, 72).
Que estos paisajes fueron, sin lugar a dudas, creación de mosaiquistas salidos de los talleres de Bizancio, se desprende de un texto de Ibn Battuta: «El emir de los creyentes, al-Walid (...) pidió al soberano de Constantinopla que le enviara artesanos. Recibió doce mil.» Al parecer, no eran todos mosaiquistas, pero la considerable superficie de las paredes revestidas por teselas de la Gran Mezquita de Damasco tuvo que necesitar un verdadero ejército de especialistas.
“Con esta Gran Mezquita de Damasco —cuya fastuosidad constituía la antesala del Paraíso y el anuncio de las felicidades futuras, prometidas por el profeta— el califa al-Walid había creado una obra capaz de rivalizar con los mayores santuarios cristianos. Exaltando la memoria de Yahya, el precursor de Cristo, y salvaguardando la herencia bizantina que encarnaba la antigua basílica teodosiana de San Juan Bautista, utilizando de nuevo grandes cantidades de material procedentes de la vieja estructura, que introdujo en su mezquita, rodeándose de equipos de mosaiquistas constantinopolitanos, encargados de ilustrar el radiante porvenir de los fieles, el Jefe de los creyentes no solamente respetaba los legados espirituales y materiales del pasado, sino que creaba la primera mezquita imperial, modelo altivo en el que se inspirarán muchas construcciones islámicas en los siglos venideros” (H. Stierlin, Arquitectura mundial del Islam, Taschen Benedikt, Köln 2007).
4.2.4. El mausoleo de Saladino
Junto al pequeño jardín que hay al lado de la puerta Bab al Amara (donde están las taquillas) hay un edificio blanco cubierto por una cúpula roja. Se trata de la tumba de Al-Nāsir Salāh ad-Dīn Yūsuf Ion Ayyūb (en kurdo, Selaheddîn Eyûbîen), o lo que es lo mismo, la tumba de Yusuf, hijo de Ayyub, más conocido en occidente como Saladino.
Es un sobrio edificio de planta cuadrada y bóveda roja con la estructura típica de la arquitectura funeraria damascena: de base cúbica de piedra y cuatro arcos sobre los que se alza una cúpula. El interior de la cámara funeraria está revestido con azulejos otomanos azules y verdes del siglo XI-XVII (qashani). La decoración que vemos sobre los arcos es más sutil y muestra motivos florales y geométricos en pasta de piedra.
En el centro de esta cámara abovedada se distinguen dos sarcófagos, uno de madera esculpida de nogal y otro de mármol. El féretro de mármol blanco fue un obsequio del emperador alemán Guillermo II con ocasión de su visita a Damasco en 1903. A su lado está el cenotafio de madera original, una obra maestra de la ebanistería de motivos lineales entrelazados. Con adornos geométricos y astrales, y ricamente decorado con motivos florales y vegetales. Parece ser que durante mucho tiempo este lugar estuvo abandonado tanto por la administración turca como por los propios ciudadanos, y su restauración, poco antes de la ruina, se debe al Kaiser Guillermo II de Alemania quien se sorprendió por el lamentable estado del mausoleo cuando visitó Damasco en 1898 y decidió costear los gastos para la conservación y un sarcófago nuevo.
4.2.5. El palacio Azem El Palacio Azem, hoy Museo de las Artes y las Tradiciones Populares, es una obra maestra de la arquitectura doméstica damascena. Construido entre 1749 y 1752 para servir como residencia privada del gobernador otomano de Damasco, As’ad Pasha al Azem cuya familia, a principios del siglo XX, lo vendió a los franceses que lo convirtieron en Instrituto de Arqueología y Arte Islámicos, resultó muy dañado por los incendios causados durante las revueltas de 1952 y después de su restauración hacia los años 70, se destinó al uso que al comienzo decíamos. La estructura del edificio responde a la más estricta tradición: una parte pública (salamlik) y otra estrictamente privada (haramlik) protegida por tres puertas. Su patio principal, con su fuente y estanque, está rodeado de fachadas y arcadas en las que se mezclan basalto negro, piedra caliza y arenisca, una técnica denominada ablaq, característica de la arquitectura levantina y egipcia y después usada por los mamelucos y los otomanos. El haramlik, articulado en torno al patio central, se ha conservado prácticamente intacto y sus salas presentan magníficos techos de madera con revestimientos y decoraciones en los zócalos que utilizan una técnica que consiste en tallar en piedra un dibujo y rellenar los perfiles con una pasta de peiedra de colores.
4.2.6. Los zocos de Damasco
El término castellano “zoco” es la transliteración del árabe “sūq” y designa, según el uso de la lengua española, tanto un mercado ocasional como el lugar donde se celebra. El sentido del término en árabe es mucho más extenso y se refiere, en términos generales, al “barrio comercial de cualquier ciudad árabe o bereber” (el término “medina”, restringido a las ciudades del norte de África, se ajusta más a lo que nosotros llamamos “el centro de la ciudad”, al margen de la actividad que en él se ralice). El origen de los “sūq” está ligado a los lugares, fuera de la ciudad, en los que las caravanas hacían estadía y, de forma ocasional, ponían sus mercancías a la venta. A partir de este origen, los zocos se hicieron estacionales con una periodicidad anual en los casos más antiguos (p. ej.: el de Ukadh, en una zona del desierto entre la Meca y Ta’if, ya se organizaba en la Arabia preislámica durante el mes de Dhu al Qi’dah (octubre noviembre) todos los años). Conforme crecía la importancia de las ciudades, estos mercados se hicieron permanentes y se integraron en su tejido urbanístico. Fue a partir de la época de los Omeya cuando se organizaron estos “barrios comerciales” con una estructura de establecimientos fijos que se repartían en una bien organizada, pero compleja, red de calles, cada una d elas cuales recibía el nombre del tipo de actividad artesanal o mercantil que en ella se ralizaba.
Varios son los zocos que alberga la ciudad de Damasco: el de Midhat Pasha, fundado por el gobernador del mismo nombre en 1878, dedicado preferentemente al textil y en cuya mitad no cubierta se ofrecen manufacturas artesanas de cobre y plata. El Sūq al-Harir, fundado en 1574 por Darwish Pasha, y, en sus cercanías el Sūq al- Khayatin, dedicados a la sastrería y confección de trajes de todo tipo. El mercado de frutas, hierbas medicinales y especias lo podemos encontrar en el Sūq al-Bzouriyya, entre Midhat Pasha y la Mezquita de los Omeya, pero el más conocido es, quizás, el Sūq al-Hamidiyya, cerca de la Ciudadela. Se trata de un zoco cubierto que llega hasta el centro de la ciudad vieja y en sus calles, tanto en la central como en las laterales, se vende de todo. Una bóveda metálica lo cubre y unos haces de luz se cuelan por los agujeros que hicieron los proyectiles disparados por lo aviones franceses durante la rebelión de 1925. Aunque la calle remonta originariamente a época romana, lo que hoy contemplamos es una reconstrucción realizada por el sultán otomano Hamid II (de donde Al-Hamidiyya). La salida este del zoco nos sitúa en el lugar en el que en el siglo III estaba la fachada occidental del templo romano de Júpiter. Donde hoy se venden ejemplares del Corán y artesanías varias estaban los propilaea del templo. Un fragmento de dintel soportado por columnas corintias es mudo testigo de tiempos pasados.
4.2.7. El barrio cristiano
En la parte NO de la ciudad vieja, por un pequeño arco romano llamado Bab Tuma (Puerta de Tomás), se accede al barrio cristiano en el que se ubican numerosas iglesias de varias denominaciones: ortodoxa siria, orodoxa griega, armenia, católica siria y maronita. Hoy es un “activo barrio comercial con una animada vida nocturna” (Terry Carter para Lonely Planet).
Caminando por sus callejuelas, en la Sharia Hanania, encontramos la Capilla de Ananias ubicada en la casa de Ananias del que se cuenta en los Hechos de los Apóstoles (9.11) que asisitió a Saulo cuando quedó cegado por la visión que sufrió camino de Damasco (“Saulo ¿por qué me persigues?”). Ananías lo curó de la ceguera y Saulo se convirtió al cristianismo, pasando a llamarse Pablo. La capilla, que es supuestamente el sótano de la casa de Ananias, tiene un nivel subterráneo de cinco metros y ha sido restaurada muchas veces, es el único edificio paleocristiano del siglo primero que queda en la ciudad. Su estructura es simple: dos pequeños habitáculos con paredes desnudas de piedra, sólo un altar, algunos iconos y unos bancos de iglesia.
La conversión de Saulo al cristianismo provocó la ira de los judíos damascenos y, como él mismo cuenta en la Epístola a los Corintios (11,33), tucvo que abandonar la ciudad “por una ventana, en una espuerta, fui descolgado del muro y escapé de sus manos”. Se trata de la puerta llamada Bab Kisan junto a la cual se encuentra una capilla dedicada San Pablo.